Revista-literaria-Anuket. convocatoria-2019 tomo-2
Comparto mi cuento "Caprichos del amor y la muerte" pag. 21 publicado en la revista erótica Anuket.
“No conviene
sacar la espada muchas veces: los amores exponen a pendencias y desafíos”
Manuscrito de Ayala
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No
podía abandonar la cama, sitio de segura oscuridad frente al brillo intenso de
la vida que se despierta y la desafía. Lo único que la ataba a este mundo se
sostenía de las pocas horas en que
previo a dejarnos abandonar por el cansancio, su corpulenta humanidad se
arrimaba a ella para darle el calor de la vida, la presencia de un más allá de
las colchas. Siempre presta a hacer el amor en las cálidas mañanas setembrinas, despertó, olió su
espalda, se agarró fuertemente a su pecho como si estuviera a punto de ser
arrancada de este universo y mordisqueó dulcemente el promontorio que se le
marcaba debajo de la nuca. El despertador sonó, él lo apagó y se dio vuelta
para apoyar su pene en la cola del amor de su vida. Ella se abría, lo recibía contenta,
tranquila, en paz de tener sobre su espalda el cobijo del amor, del cuerpo y su
calor que podía alejar todos los males de este mundo. Él, a su lado, rosaba
dulcemente sus partes en las carnes blandas que le ofrecía. Dulce decrepitud de las almas que no pueden
doblegarse al momento en que candentemente el deseo las llama a sentir la
penetración, el contacto de las pieles desplegadas, las arrugas frotándose
histéricamente para finalmente sonrojarse de emoción ante el encuentro. La violencia
del pene clavándose entre la abertura de la vagina y la cola la hacía sentir
incómoda así que no dudó. Se trepó
ansiosa al encuentro del todo, de aquello que lograba llenar su alma, su vida,
su paz interior. A horcajadas se deslizó intentando encontrarlo, auscultar su
ser que imperiosamente necesitaba estar
dentro de sí. Su vagina se abría, lo recibía candente, ansiosa, jugosa y
latente, lo recibía. Descansó sus manos sobre el pecho robusto del amado,
incrustando esos dedos regordetes, dejando las marcas de la escena insidiosa.
El torso tatuado de momentos de un amor eternizado por el encuentro era prueba
de las pendencias de la vida. Se entregaron a
un vaivén rítmico, sincronizado y fugaz. La respiración acelerada de los amantes
maduros confirmaba la lucha por resistir la muerte y el relajo final, la paz que embarga, embriaga,
acecha.. Ambos despiertos a la degustación y los sabores del sexo se
entregaron a sus aromas reconfortantes, narcóticos. Ella abandonó la posición
dominante para rendirse a la sumisión de los cuerpos. Metieron la cabeza bajo las sábanas,
suspiraron y volvieron a la calma, a mirarse en el brillo de unos ojos que transmitían
verdad. Pendencieros los amantes que se entregan a la batalla certera de no
doblegarse al yugo de vivir.
La vulva vuelve a contraerse rítmicamente intentando olvidar los momentos embargados por la miseria del
sentir y el menoscabo diario. El pene apoyado sobre la cola, relajado,
descansando, siente el latir del refugio; la bulla del corazón que emocionado,
preso del bienestar, del calor de la piel, de sentirse cuidado y querido, hace
nacer la emoción. Ella insiste con su sexo hambriento, voraz, hace presión para
sentir detrás cómo se agita la vida, cómo su miembro va cobrando fuerza,
despertando del letargo para desear penetrar en la vía del origen de universo. Como un encastre finamente lijado, aceitado y
meticulosamente medido los cuerpos se insertan en un viaje de placer obsesivo. La boca se humedece, las
glándulas salivales quieren hincar esa piel dulce, esa fruta jugosa que exuda
un aroma adictivo. Comerse la lengua, morder la espalda que sigue haciendo
presión, buscando la abertura, la entrada húmeda del éxtasis. Las partes se
encuentran y se hinchan hasta explotar.
Es
tu dedo rítmico que toca mi clítoris dormido y no pasa nada, ni nadie pasa, se
escucha de fondo. Imaginar que el mundo
allá afuera pasa. Pasan los años, pasan las personas curiosamente tan distintas
a lo que eran, pasan. Instrumento del amor que punteas sin pensar en el hastío,
sin pensar en el tiempo que pasa y como pasajera en tránsito
perpetuo...pasaremos hasta poder ver la Supernova que venga a fracturar el continuum del tiempo. ¿Viviremos
una vida que ya está siendo observada o vivida en otra estrella? Dime tú, si
estás ahí, qué es lo que esperas?. Orgásmica estalla la vida, el universo y el
más allá oprime el pecho, te arranca el corazón y baja hasta mi sexo
desprendiendo las penas para instalar el vacío y la esperanza. Tus ojos
transparentes brillan de felicidad y los hoyuelos confirman con su gesto
parentético que este cuerpo respira, vive, transpira sexo. Infundada
tristeza inconcebible del desencanto queda lejos cuando el kármico
reencontrarse de los cuerpos desenfunda el dolor.
Y
entonces ellos se levantan, sonríen frente al espejo, evalúan esas masas
anafóricas que ya pretenden ser arte barroco y se besan entregados,
regodeándose del momento pasado, admirándose el uno al otro, despreciando un
mundo sin amor. ¿Cómo se podría amar sin llegar a esa comunión perfecta de los fluidos,
a esa entrega subyugada de vida, ese renacer en el contacto? Se acariciaron
mientras se duchaban, la mano rozando suavemente la espalda provocó una
sacudida eléctrica. Su piel se erizó de placer, como un mecanismo insólito de
dar señales amorosas. Bajo el agua tibia se comieron el sexo desaforadamente. El
bajó hacia su maja, separó sus rodillas y la invitó a sentarse al borde de la
bañadera mientras su lengua jugueteaba incansable. Ella acariciaba su cabellera
frenéticamente hasta que no aguantó más y se retorció para bajar un poco más,
encontrarse con el pene erecto de su amado y deleitarse saboreando su miembro
viril entregado al placer.
Se vistieron, se perfumaron y salieron a la
vida con la armonía del encuentro y la alegría de estar juntos.
Pasó
la noche sola, enlutada bajo las sábanas fúnebres, las mismas que exudaban los
encantos de la pasión. Las sombras la envolvían, el cuerpo sentía aún el cincel
erótico entre sus piernas. Él apareció tras una noche de trabajo se coló entre
las colchas buscando el remanso de un día difícil. Ella estaba allí, como
siempre, estaba allí con el calor habitual de sus carnes maltrechas y el ansia
de recibirlo. Se acariciaron y su pene
se infló de felicidad y orgullo dejando las marcas del grabado del amor.
No
pudo ser amarse en la felicidad del compartir porque el compartir era demasiado
para ella que ha vivido en la desesperanza y la soledad. No puedo ser el reconciliarse
con la vida porque la dureza de los golpes ya habían creado una llaga demasiado grande pare ser cicatrizada con
felicidad. No pudo ser y pareciera no será jamás, porque ya es muy tarde,
porque pasó el tiempo de aprender a amar. Solo quedan lamentos, recuerdos,
reproches de lo que hubo. Cuando él se coló entre las sábanas, como siempre, al
encuentro del amor, de la vida, de la entrega profunda, lo único que encontró
fue el cuerpo inerme que yacía en la cama que no pudo dejar, bajo las sábanas
de narcóticos elixires.
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