martes, 25 de marzo de 2014

La escritura y el ser

Escribir por escribir sin saber muy bien hacia qué rumbo voy. A la deriva, como decía mi amigo de atardeceres aburridos, allá por los años plagados de infelicidad, necesidad de absorber todo cuanto me rodeaba e imperiosa exaltación de la soledad, para sentirse más cerca de uno, de aquel que la represión paternal deseaba dejar afuera para ejercer el más delicado control externo.

Escribir sin ir muy lejos hacia ninguna parte, desde los deliciosos cuarenta que me encuentran conmigo misma sin saber muy bien qué hacer con ella. Hermosa, destacada, inteligente y resoluta pero conflictuada cuando debe encontrarse frente a la satisfacción de unos deseos ocultos, muy ocultos, escondidos a la mirada existencialista y obscenos de fetichismo frente al mundo, demostrando aquello que vos deseas ver de mí pero que yo no disfruto en serlo. Escuchar cómo el mundo se divierte allá abajo, donde estas preguntas se remiten a situaciones muy básicas de querer o no querer, to be or no to be, mientras los sueños de premios literarios y cátedras inexistentes se acumulan dejando un tendal de frustraciones.

 Escribir por escribir o para hablar con alguien, con aquel que menos puede comprender la esencia del que se mira y no se reconoce.

Escribir en difícil para que sea una tumba mis palabras y la coraza quede intacta cuando vengas a querer destruir las fantasías absurdas. Escribir en poético, enlazando los sonidos y sintagmas, los significados y significantes arbitrarios, intentando alcanzar el estrato del que "escribe bien" para no resignarse a ser uno más de los mortales.

Escribir para encontrar el espacio donde dejo de ser reclamada por aquello que todos desean que sea: la docente combativa, entregada a las marchas, en la lucha docente; la madre abnegada, preocupada por un plato nuevo que sorprenda a su progenie; la esposa entregada, a la espera de tu cuerpo trasnocho gentilmente. Escribir para discutir la idea de reclamar lo propio... ¿y qué es lo mío?

Escribir sin nada que decir

Escribir para no decir nada porque ya está todo dicho, porque a nadie le interesa esta expresión autista y de manotazo suicida de no decir nada, nada que contar ni recordar. Leer por inercia, para hacer pasar las horas, sin ánimo, voracidad ni entusiasmo. Leer con displacer, como si todo lo que se pudiera haber leído no redunda, no justifica las horas perdidas de nada que asombra, nada que conmueve, nada que decir. ¿Es el alma perturbada que no concibe encontrar la vida, que no se predispone a la espontaneidad del encuentro, que se anega como charco empantanado para regodearse en la plenitud del encierro y la soledad de no decir, de no compartir una sola brizna de emoción?

lunes, 17 de marzo de 2014

Convulsiona




Salió, para descubrir subrepticiamente que el mundo estaba allí. No pretendia encontrar  algo que estaba mas allá o más acá  de la realidad. Sólo aquello que no tenía en la prosaica vida... Todas las mañanas despertaba para pegar un alarido que conectara a su hijo adolescente con el mundo de las obligaciones. Condición de no saber qué depararía el día era motivo para vivir. Vida certera, llena de certezas y previsibilidades. Un marido, un hijo adolecente y la seguridad de ser amada. Pero su hijo, tiempo infinitos de juegos en la nueva placa de video adquirida recientemente y su marido inciertos deseos adolescentes que se fugan mientras se dedica a la maqueta del Sputnick. Ni siquiera sé si esta bien escrito, tampoco tengo la obsesión de él para ir corriendo a googlear la veracidad de los hechos. En fin, aqui estaba esperando que el sábado a la noche, tras   dos horas de videos de Madonna le devolviera la vida que añoraba. Esa vida de ilusiones bolicheras que no había logrado concretar en una juventud cercana y que el paso de los años había logrado anular de la memoria cercana porque no habían sido tantas ni tan intensas las anécdotas  de la fiesta adolescente.