sábado, 31 de diciembre de 2022

Convocatoria literaria Instituto de Cultura de la Pcia. de Bs. As. "El escenario"



El escenario

                                                             A la memoria de Antonio Gerardo Lucente

El Tony comenzó a dar clases cuando aún no se había recibido. En aquellos años la falta de docentes era pasmosa. Podían pasar meses hasta que se designaba un docente para esas escuelas perdidas en los barrios que se iban formando en el conurbano bonaerense. El Tony estaba entusiasmado. Tenía ganas de empezar, poner en práctica lo que había aprendido en la Escuela Normal y poner en juego su experiencia como maestro de educación popular de adultos. No debe ser tan diferente enseñar a leer y escribir, cambiarán los temas, pero al momento de unir las vocales con las consonantes debe ser lo mismo. Cuando llegó ese primer día de clases, los vagones que oficiaban por aulas lo recibieron con la alegría con la que se recibe al maestro nuevo.

Cruzó el campo pisando la escarcha que iba crujiendo bajo sus pies. El sol asomaba lentamente, recrudeciendo el frío matinal que calaba los huesos de la mañana. Al bajar del 620 descubrió que la maestra que dormía acurrucada en el último asiento del fondo, junto a la puerta, iba para la misma escuela que él. Intercambiaron unas sonrisas tímidas y el Tony aprovechó para entablar unas palabras cordiales. ¡Qué fría mañana, está más frío cuando amanece que a la noche! Mary, curiosa, se animó a preguntarle si iba para la escuela. El guardapolvo blanco ya los había delatado y mancomunado en una experiencia compartida que no dejaba lugar a dudas. Transitar desde temprano los barrios del conurbano bonaerense, cruzar el campo poblado de neblina, llegar a tiempo para preparar el mate, comer unas tostadas y arrancar la jornada.

Cuando llegaron a la puerta de la escuela ya se conocían. Él venía de Mataderos para hacer una suplencia como maestro de adultos. Mary era la Directora. Tendría un grupo de alumnos, en su mayoría hombres jóvenes que habían venido de las provincias del norte en busca de trabajo. Algunos ya habían traído a sus familias y se habían asentado en los terrenos fiscales que rodaban a la escuela en González Catán. El Tony se concentró en enseñarles a leer y escribir, pensando en esos alumnos que querían conseguir laburo en la zona oeste. Todos soñaban con entrar en Crysler, en Textil Oeste, en la fábrica de Yelmo. Las metalúrgicas eran las que mejor pagaban y los muchachos sabían que tendrían mejores oportunidades si tenían la primaria hecha. El Tony los ayudaba con la búsqueda laboral. Les traía el Clarín todos los días y a partir del diario se entregaba a la tarea de alfabetización. El mate circulaba de mano en mano mientras leían las tapas. Las noticias sobrevolaban la proscripción del peronismo y un manto de esperanza unía al maestro con sus alumnos. Tal vez, con la vuelta de Perón, nos vaya mejor, podremos tener mejores sueldos, traeré a mi vieja de Misiones y hasta podré hacerme la casita comprando de a poco los ladrillos, decían los muchachos. La hiperinflación no daba tregua: lo que valía la arena a la mañana, cuando llegaba el camión había que pagar la diferencia, ya   había subido un 30% más. El Tony conversaba estas cosas y algunas más con sus alumnos: sobre los trabajos; sobre cómo no les quedaba otra que hacer todos laburos en negro; sobre los derechos de los trabajadores que tanto habían conocido generaciones anteriores, en pleno auge del peronismo; sobre lo mal que estaba todo, incluso sobre la persecución a trabajadores en la Mercedes Benz. Todos conocían la anécdota del delegado que se fue de viaje teniendo un laburo en blanco, familia y casa en Virrey del Pino. Por supuesto nadie la creía, pero el Tony no estaba dispuesto a renunciar a sus convicciones. Su trabajo de maestro le marcaba ciertos principios: ayudar al otro a progresar con las herramientas del conocimiento y la lucha. ¿De qué sirve saber cosas si después cuando tenés que pelear por tus derechos te mandan al carajo o terminás en una zanja?

Así entre mate y tapa de Clarín pasaban los días en la escuela de vagones. Debido al crecimiento de la población en la zona, los vecinos se habían organizado para pedir que se hiciera una escuela. Lograron tras muchas notas ser recibidos por el Coronel que instaló aquellas curiosas aulas y comenzaron a proyectar el edificio. Habían pasado muchos años y continuaban dando clases en los vagones, Mary estaba harta. Tenía a su cargo a los niños, un grupo heterogéneo de chiquilines y jóvenes a los que a veces mandaba a leer con el Tony. Tenía miedo, no quería que el maestro estimulara en los adolescentes el espíritu del peronismo y mucho menos el de la lucha armada. Ya le había advertido que se dejara de joder con los alumnos porque todos sabemos que vas a terminar mal si seguís así. El Tony lo sabía, por algo se tomaba dos colectivos para llegar a aquella escuelita perdida en medio del conurbano. Ya no entraban en aquellas cápsulas varadas en medio del campo y fue cuestión de tiempo para que se corriera la voz y los vecinos perdieran la paciencia. El edificio venía avanzando, tanto que por las noches se escuchaban camiones descargar. El predio de la escuela no tenía moradores linderos, así que nunca pudieron verificar qué se descargaba, pero si se sentía el transitar de vehículos por la calle principal. De buenas a primeras, en medio del esperanzado arribo de Perón, y a meses de cumplirse los diez años de creación de la escuela, la barriada decidió tomar el edificio a medio construir e inaugurar el uso de las aulas. Coincidió con la vuelta de la democracia y la esperanza de que con Perón al poder todo mejoraría. En febrero los camiones dejaron de entrar, aún no entendían por qué, pero el movimiento había aminorado. Por supuesto, Mary estaba en contra de la toma, mientras que el Tony lo disfrutaba como aquella vez que fue con su papá a la plaza a pedir por Perón y él también había metido las patas en la fuente. El 25 de mayo hicieron el acto y festejaron la patria por partida doble, “Cámpora al poder” y la escuela en manos de la comunidad.

La escuela creada en 1963 ya era la escuela del barrio. Tenía toda la impronta “militar”. Una construcción robusta, de paredes de ladrillos por dentro y por fuera. Nunca lograron revocar las paredes dentro de las aulas, así que por años mantuvo su aspecto original. Dispuestas en tres módulos, las aulas tenían una simetría escabrosa. Nadie entendía muy bien si eso era una escuela o había sido construido con otro propósito. Llamaba la atención las amplias puertas de dos hojas que abrían paso a las tres aulas instauradas en los vértices de un cuadrado que oficiaba de patio. Lo más curioso es que el patio estaba en altura. A un metro y medio del piso, el cuadrado con gradas era el patio y el escenario central.  Se accedía a allí, por unas escaleritas que se ubicaban dos a cada lado del cuadrado, del lado izquierdo y derecho respectivamente. Así, en los días de actos escolares todos subían los quince escalones y allí se presentaban los números escolares rodeados por las gradas que coronaban el curioso escenario.  Debajo del escenario no había nada, ningún acceso, ni puerta a un sector de guardado (como solía hacerse). Debajo del escenario no había nada. Era un bloque de cemento.

En los años que siguieron el Tony y Mary trabajaron mucho y la escuela fue creciendo. Cada vez había más pibes, los alumnos adultos fueron egresando, consiguiendo laburos más o menos, pero siempre confiando en que estudiar era el camino para el progreso. Llegaron otros maestros y pasó una década. El Tony fue el delegado, de hecho, el encargado de ir a ablandarla a Mary cada vez que había un problema con los otros maestros. Él la conocía hacía tantos años… habían pasado tantas cosas juntos… Ella había perdido a su compañero hacía pocos. Mary no habló del tema, ni dio detalles. Un día faltó y al siguiente se enteraron de que su esposo había fallecido. No hubo velorio, ni siquiera pudieron juntar unos mangos para la corona. Así, entre bambalinas, el esposo de Mary había desaparecido y ella se refugiaba en la escuela cada vez más. Llegaba a la mañana y no se iba hasta que vinieran a buscar al último pibe. Allí pasaba los días anestesiada. El Tony, a su vez, se puso de novio y se casó. Andaba contento, haciendo chistes sobre cómo tenía pensado ampliar la familia. Juntos festejaron los 15 años de la escuela “Remolcador A.R.A Guaraní” ya no con la alegría que significó el aniversario anterior, sino con la tristeza de tiempos oscuros que se pronosticaban. Ambos habían vivido las duras represiones de los gobiernos militares del 55 al 73, sabían lo que se avenía y ya era hora de retirarse. Mary, angustiada por su pérdida años atrás, tomó partido por jubilarse. El Tony se puso al hombro la escuela, todavía le faltaban muchos años de carrera y tenía una familia para mantener. El 23 de mayo de 1977, Tony no estuvo para decir el discurso por el día de la Revolución de Mayo y cumpleaños de la escuela.   El primer día de clases del año 1978 se dio inicio al ciclo lectivo sin directivos.

Los años transcurrieron y en la actualidad la escuela sigue siendo ese edificio tan estrambótico que era. Con el advenimiento de la democracia, las historias truculentas en relación con la construcción de la escuela fueron creciendo. El barrio sigue reclamando que venga el equipo argentino de antropología forense, que venga y excave, bajo la enorme, fría y pesada losa de cemento, el escenario. Hace pocos días se conmemoró con un acto en la sede del Suteba recordando a todos los maestros matanceros desaparecidos por la última dictadura cívico-militar.

 

                                                                                                                 Locuaz mudez


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