El
escenario
A la memoria de Antonio Gerardo Lucente
El Tony comenzó a dar clases
cuando aún no se había recibido. En aquellos años la falta de docentes era
pasmosa. Podían pasar meses hasta que se designaba un docente para esas
escuelas perdidas en los barrios que se iban formando en el conurbano bonaerense.
El Tony estaba entusiasmado. Tenía ganas de empezar, poner en
práctica lo que había aprendido en la Escuela Normal y poner en juego su
experiencia como maestro de educación popular de adultos. No debe ser tan
diferente enseñar a leer y escribir, cambiarán los temas, pero al momento de
unir las vocales con las consonantes debe ser lo mismo. Cuando llegó ese primer
día de clases, los vagones que oficiaban por aulas lo recibieron con la alegría
con la que se recibe al maestro nuevo.
Cruzó el campo pisando la
escarcha que iba crujiendo bajo sus pies. El sol asomaba lentamente,
recrudeciendo el frío matinal que calaba los huesos de la mañana. Al bajar del
620 descubrió que la maestra que dormía acurrucada en el último asiento del
fondo, junto a la puerta, iba para la misma escuela que él. Intercambiaron unas
sonrisas tímidas y el Tony aprovechó para entablar unas palabras cordiales.
¡Qué fría mañana, está más frío cuando amanece que a la noche! Mary, curiosa, se
animó a preguntarle si iba para la escuela. El guardapolvo blanco ya los había
delatado y mancomunado en una experiencia compartida que no dejaba lugar a
dudas. Transitar desde temprano los barrios del conurbano bonaerense, cruzar el
campo poblado de neblina, llegar a tiempo para preparar el mate, comer unas
tostadas y arrancar la jornada.
Cuando llegaron a la puerta de
la escuela ya se conocían. Él venía de Mataderos para hacer una suplencia como
maestro de adultos. Mary era la Directora. Tendría un grupo de alumnos, en su
mayoría hombres jóvenes que habían venido de las provincias del norte en busca
de trabajo. Algunos ya habían traído a sus familias y se habían asentado en los
terrenos fiscales que rodaban a la escuela en González Catán. El Tony se concentró en enseñarles a leer y escribir, pensando
en esos alumnos que querían conseguir laburo en la zona oeste. Todos soñaban
con entrar en Crysler, en Textil Oeste, en la fábrica de Yelmo. Las
metalúrgicas eran las que mejor pagaban y los muchachos sabían que tendrían
mejores oportunidades si tenían la primaria hecha. El Tony los ayudaba con la búsqueda laboral. Les traía el
Clarín todos los días y a partir del diario se entregaba a la tarea de
alfabetización. El mate circulaba de mano en mano mientras leían las tapas. Las
noticias sobrevolaban la proscripción del peronismo y un manto de esperanza
unía al maestro con sus alumnos. Tal vez, con la vuelta de Perón, nos vaya
mejor, podremos tener mejores sueldos, traeré a mi vieja de Misiones y hasta
podré hacerme la casita comprando de a poco los ladrillos, decían los muchachos.
La hiperinflación no daba tregua: lo que valía la arena a la mañana, cuando
llegaba el camión había que pagar la diferencia, ya había subido un 30% más. El Tony conversaba estas cosas y algunas más con sus alumnos:
sobre los trabajos; sobre cómo no les quedaba otra que hacer todos laburos en
negro; sobre los derechos de los trabajadores que tanto habían conocido
generaciones anteriores, en pleno auge del peronismo; sobre lo mal que estaba
todo, incluso sobre la persecución a trabajadores en la Mercedes Benz. Todos
conocían la anécdota del delegado que se fue de viaje teniendo un laburo en
blanco, familia y casa en Virrey del Pino. Por supuesto nadie la creía, pero el Tony no estaba dispuesto a renunciar a sus convicciones.
Su trabajo de maestro le marcaba ciertos principios: ayudar al otro a progresar
con las herramientas del conocimiento y la lucha. ¿De qué sirve saber cosas si
después cuando tenés que pelear por tus derechos te mandan al carajo o terminás
en una zanja?
Así entre mate y tapa de
Clarín pasaban los días en la escuela de vagones. Debido al crecimiento de la
población en la zona, los vecinos se habían organizado para pedir que se
hiciera una escuela. Lograron tras muchas notas ser recibidos por el
Coronel que instaló aquellas curiosas aulas y comenzaron a proyectar el
edificio. Habían pasado muchos años y continuaban dando clases en los vagones,
Mary estaba harta. Tenía a su cargo a los niños, un grupo heterogéneo de
chiquilines y jóvenes a los que a veces mandaba a leer con el Tony. Tenía
miedo, no quería que el maestro estimulara en los adolescentes el espíritu del
peronismo y mucho menos el de la lucha armada. Ya le había advertido que se
dejara de joder con los alumnos porque todos sabemos que vas a terminar mal si
seguís así. El Tony lo sabía, por algo se tomaba dos colectivos para llegar a
aquella escuelita perdida en medio del conurbano. Ya no entraban en aquellas
cápsulas varadas en medio del campo y fue cuestión de tiempo para que se
corriera la voz y los vecinos perdieran la paciencia. El edificio venía
avanzando, tanto que por las noches se escuchaban camiones descargar. El predio
de la escuela no tenía moradores linderos, así que nunca pudieron verificar qué
se descargaba, pero si se sentía el transitar de vehículos por la calle
principal. De buenas a primeras, en medio del esperanzado arribo de Perón, y a
meses de cumplirse los diez años de creación de la escuela, la barriada decidió
tomar el edificio a medio construir e inaugurar el uso de las aulas. Coincidió
con la vuelta de la democracia y la esperanza de que con Perón al poder todo
mejoraría. En febrero los camiones dejaron de entrar, aún no entendían por qué,
pero el movimiento había aminorado. Por supuesto, Mary estaba en contra de la
toma, mientras que el Tony lo disfrutaba como aquella vez que fue con su papá a
la plaza a pedir por Perón y él también había metido las patas en la fuente. El
25 de mayo hicieron el acto y festejaron la patria por partida doble, “Cámpora
al poder” y la escuela en manos de la comunidad.
La
escuela creada en 1963 ya era la escuela del barrio. Tenía toda la impronta
“militar”. Una construcción robusta, de paredes de ladrillos por dentro y por
fuera. Nunca lograron revocar las paredes dentro de las aulas, así que por años mantuvo
su aspecto original. Dispuestas en tres módulos, las aulas tenían una simetría
escabrosa. Nadie entendía muy bien si eso era una escuela o había sido
construido con otro propósito. Llamaba la atención las amplias puertas de dos
hojas que abrían paso a las tres aulas instauradas en los vértices de un
cuadrado que oficiaba de patio. Lo más curioso es que el patio estaba en
altura. A un metro y medio del piso, el cuadrado con gradas era el patio y el
escenario central. Se accedía a allí,
por unas escaleritas que se ubicaban dos a cada lado del cuadrado, del lado
izquierdo y derecho respectivamente. Así, en los días de actos escolares todos
subían los quince escalones y allí se presentaban los números escolares
rodeados por las gradas que coronaban el curioso escenario. Debajo del escenario no había nada, ningún
acceso, ni puerta a un sector de guardado (como solía hacerse). Debajo del
escenario no había nada. Era un bloque de cemento.
En
los años que siguieron el Tony y Mary trabajaron mucho y la escuela fue
creciendo. Cada vez había más pibes, los alumnos adultos fueron egresando,
consiguiendo laburos más o menos, pero siempre confiando en que estudiar era el
camino para el progreso. Llegaron otros maestros y pasó una década. El Tony fue
el delegado, de hecho, el encargado de ir a ablandarla a Mary cada vez que había
un problema con los otros maestros. Él la conocía hacía tantos años… habían
pasado tantas cosas juntos… Ella había perdido a su compañero hacía pocos. Mary
no habló del tema, ni dio detalles. Un día faltó y al siguiente se enteraron de que su esposo había fallecido. No hubo velorio, ni siquiera pudieron juntar unos
mangos para la corona. Así, entre bambalinas, el esposo de Mary había
desaparecido y ella se refugiaba en la escuela cada vez más. Llegaba a la
mañana y no se iba hasta que vinieran a buscar al último pibe. Allí pasaba los
días anestesiada. El Tony, a su vez, se puso de novio y se casó. Andaba
contento, haciendo chistes sobre cómo tenía pensado ampliar la familia. Juntos
festejaron los 15 años de la escuela “Remolcador A.R.A Guaraní” ya no con la
alegría que significó el aniversario anterior, sino con la tristeza de tiempos
oscuros que se pronosticaban. Ambos habían vivido las duras represiones de los
gobiernos militares del 55 al 73, sabían lo que se avenía y ya era hora de
retirarse. Mary, angustiada por su pérdida años atrás, tomó partido por
jubilarse. El Tony se puso al hombro la escuela, todavía le faltaban muchos
años de carrera y tenía una familia para mantener. El 23 de mayo de 1977, Tony
no estuvo para decir el discurso por el día de la Revolución de Mayo y
cumpleaños de la escuela. El primer día
de clases del año 1978 se dio inicio al ciclo lectivo sin directivos.
Los
años transcurrieron y en la actualidad la escuela sigue siendo ese edificio tan
estrambótico que era. Con el advenimiento de la democracia, las historias
truculentas en relación con la construcción de la escuela fueron creciendo. El
barrio sigue reclamando que venga el equipo argentino de antropología forense, que venga y excave, bajo la enorme, fría y pesada losa de cemento, el escenario.
Hace pocos días se conmemoró con un acto en la sede del Suteba recordando a
todos los maestros matanceros desaparecidos por la última dictadura
cívico-militar.
Locuaz mudez
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