En la unión de los ríos
Desde que tomaba la decisión de viajar, comenzaba un derrotero de
indecisiones. Salir hacia Córdoba podría concretarse o no dependiendo de los
atractivos del lugar, cuestión que podía resultar bastante subjetiva. En
general, no se prestaba a las grandes urbes, ni al turismo religioso, tampoco
al treking o el camino de…. Buscaba sorprenderse, pero esto podía resultar una
exigencia un tanto incierta que su amado esposo acompañaba con paciencia. Subía
las altas cumbres sorteando las curvas y contracurvas prolijamente pero nunca
paraba en los miradores donde toda la gente se agolpaba para la foto. Mientras
otros se detenían, él sentía que ganaba tiempo en lograr salir del enmarañado
camino, y cuanto antes se ponía a salvo. Ella, en cambio, sentía que siempre se
perdía de algo. Algo emocionante pasaba frente a aquel paisaje cautivante del
cual todos quedaban presos. No se lo quería recriminar, ni reclamarle, pero iba
juntando frustración.
No había forma de convencerla. Todas las vacaciones pasaba por la misma
excitación malsana. Todo el año trabajando para llegar al final a aquel paraje
olvidado por la mano de dios, donde lo único que abundaba era la pobreza. No
era que su percepción pesimista del mundo se lo hacía ver de ese modo. Era el
mismo entorno degradado que así lo calificaba. Se acercaba a los oriundos del
lugar para establecer una charla que orientara los paseos del día siguiente y
éstos todo lo que tenían para decir era, «si, es lindo…no hay nada…¿pero usted
por qué está acá, a qué vino?.» Las pequeñas cosas, desapercibidas para la
gente en general, podían despertar la mayor de las alegrías, aquello que tal
vez salvaba un recorrido infructuoso. Descubrir una especie endémica,
característica de la geografía, era motivo para llevársela como suvenir. ¡Cómo
no tener una palma caranday del pueblo Las palmas por dónde había
pasado! Era como llevarse el pueblo mismo en aquella naturaleza viva. Siguiendo
ese criterio, no le interesaban las medallitas del cura Brochero como suvenir
sino realmente transitar la obra del canónigo. Tenía la costumbre de llegar al
lugar elegido, y dirigirse a la secretaría de turismo para que le dieran el
mapa que guiaría sus pasos durante la semana siguiente. Él la acompañaba
pacientemente, poniéndose a disposición para ir a los sitios de interés que
marcaba el mapa. El tema era que cuando llegaba a la maravilla preservada por
el lugar como patrimonio histórico cultural de la humanidad, el sitio era
realmente una porquería. Muchas veces estaba rodeado de barrios pobres, donde
abundaban los perros, la basura y la delincuencia. Daba miedo sacar el celular
para fotografiar lo que quedaba del chiflón construido a comienzos de siglo por
los jesuitas sin pensar que en cualquier momento un heraldo de la estirpe
comechingón aparecería para arrebatar el celular pobretón y llevárselo a su
toldería a metros del monumento. Así, mapa en mano y guiados por aquello que la
provincia considera valioso para el turismo, iba por los sitios más inciertos
encontrándose con las atracciones menos interesantes.
En uno de aquellos paseos, concurrieron juntos a la unión de los ríos. Cuenta la leyenda de Panaholma que la princesa Panaholma y Milac Navira, deciden escapar juntos para amarse dado que sus familias no apoyan la relación. Ellos huyen por separado con el plan de reencontrarse en un lugar seguro, pero un amigo los traiciona y les dice a ambos, que el otro está muerto. Las lágrimas de Panaholma dan origen al río Panaholma, y las de Milac al río Mina Clavero. Ambos ríos finalmente se unen en el lugar donde habían planeado encontrarse, dando origen al río Los Sauces.
Así, con la historia consabida, la pareja se dirigió al lugar exacto donde se cuenta la historia con el fin de confirmar lo que los lugareños afirmaban: que suele verse con dos colores distintos a los ríos antes de su unión. Al llegar al lugar, nuevamente la decepción inundó de desagrado a la mujer que no paraba de protestar. El en cambio se quedó contemplando ambos cursos de agua en silencio. Harto de los malos momentos que tenía que tolerar tuvo una revelación ancestral. Como en un mensaje telúrico de preservación, la figura de Panaholma lo instaba a tomar su camino, el del río para alejarse de la unión. Así fue como se lo comunicó:
–En la unión de los ríos te dejo, para que disfrutes las atracciones turísticas que tanto buscas y tanto te desagradan. Tomaré un camino diferente, otro color marca mi rumbo y mi historia. Tal vez, algún día, volveremos al punto en el cual las corrientes se fusionan y logremos encontrar la paz.
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