martes, 13 de diciembre de 2016

Forty Five

Finalmente convencerse de que los lazos no son eternos, que nada ni nadie es necesario e imprescindible. Así como te encontré y fuiste todo , mi luz y mi esperanza, un día dejaste de pertenecer al universo  y me caí y desperté. Eternidad de las células que que duplican, eternidad de la pelada presente o los kilos acumulados, eternidad de un malestar incesante... descarte de tu proclive deseo a la insatisfacción, a la incomodidad, a la exigencia extrema de ser lo que no soy. Ser aquello que otros esperan que sea, sin saber muy bien quién soy.  No estabas, pasaron veinte años y recién me doy cuenta de que no estuviste. Sólo cuidado y manutención,  la educación que pide recibir un niño frágil y susceptible a creer lo que le dicen. De repente crecí. No se cómo ni cuándo fue. Y ahí estaba, sola conmigo y la incomprensión.  Qué hice mal se pregunta ese niño que alguna vez fui?  Por qué nací si no modifica nada  mi presencia? Nadie es imprescindible, es más, algunos estamos de más porque siempre habrá alguien que reemplace esa ausencia... Una madre puede faltar pero no faltará alguien que dé todo su amor, un padre ausente y allí estará quien cumpla mejor el rol y mi amor puede morir esta noche y mañana descubrirás aquello que no has visto. Nada es tan importante ni a nadie le interesa tanto nada. Un aniversario más que recuerda el Facebook para quedar bien con aquel saludado. Y en el fondo la intriga de saber para que estoy... nada hubiera pasado sin mi presencia. Hubieran transcurrido las vidas de los otros como transcurren todas las vidas. Condenado a vivir en la insatisfacción plena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario