Hubo un tiempo en que el sol se refleja en las piedras tornasoladas, grises
con sus vetas blancas y anunciaban los tesoros que escondían sus entrañas. Vetas que
denunciaban un pasado, el mundo cercano en el cual los árboles constituían la
presencia oportuna de los tiempos. Ella transitaba este vergel, acompañada de
los fieles testigos del deseo: los árboles quienes dejaban entrar el plateado
de la vida, acuñando en su savia el incesante y rítmico canto del agua que
corría.
Un día se preanunció en el vuelo rasante de los insectos que llevaban
consigo los pétalos amarillos de las flores o transportaban el polen naciente,
el atroz destino. Un maullido
confuso, desesperante del ave que quiere ser felino, se mezclaba con el cantar de la cascada.
Los verdes que la embriagaban y el reflejo del sol bajando por el horizonte
serrano dejó lugar a una luna amenazante que daba sus primeros pasos en el
frescor de la tarde, enlutaba el brillo caprichosamente, infinitamente celeste
del cielo límpido.
La redondez horadada en la piedra por la furia arrasadora del canal, cual el mundo, soportaba los embates del hombre. ¿Dónde paran sus aguas aleteando, dónde dejan de existir para convertirse en evaporación, en ausencia?
Qillqa en sus disgregaciones infinitas sale al encuentro de la natura,
fuente de toda verdad, como un paseante anonadado de toda verba, sobrándole las
fuerzas para describir la belleza subyugante de la madre tierra, deja fluir su
alma, surtiendo de ideas a la emoción. Brota de sus entrañas el llanto reprimido
y las palabras vanas. Desea que la tarde se haga voz para encontrar el canto
que acompañe su ritmo, dulce frescor del ocaso y encuentre el amor.
Se agolpan los hombres,
cual insectos chupasangre, buscando el fluido, el calor, la energía de la vida
para existir y tal vez pretendan determinar el destino de Qillqa, la pérdida de
ese tiempo remoto. La Pachamama escucha sus
ruegos y de repente ve surgir un dorado que emerge tras la corriente, de la
mano de su amado. Desea ella, por una sola vez, que los colores
fluyan hacia aquel lugar donde evaporan los refrescos manantiales de la mañana,
donde pueda dejar la soledad de su alma que no encuentra el camino a la
felicidad.
Lo miró con un desliz y ñuñu, el pecho de la tierra, alojado en su
corazón, se entregó al joven ofreciendo su fruto desinteresadamente. Tal oferta
magnánima, dulce concentración de las delicias y placeres de los hombres
embargó de pasión al joven. Es el hambre de trascender que la encuentra día a
día intentando asirse de pequeños desvíos del mundo para acercarte a un más
allá que la ubique más cerca de la humanidad.
¿Será tal vez la poesía aquella responsable de mirar con otros ojos el
sentir?
Al enterarse el jefe de los Omaguacas de tal descubrimiento subrepticio,
salió de las profundidades del lecho donde estaba agazapado, buscando las
microscópicas sustancias que le provee la riqueza de la tierra, para enfrentarse
al mundo encantado de los amantes, de soledades de piedras negras, chillar de
cigarras molestas, piar de nuevos amaneceres y cantos incesantes.
¡Grotesco monstruo del río, sales disparado con
tu corpachón negruzco, confundido entre las piedras, rastreas el fondo que has
transitado miles de veces esperando cerrar aquellas nuevas celosías de otros
mundos!
¿Será tal vez que ella se muestra
recordándole la simpleza de las cosas vivas, el transir de la vida y el
florecer de lo árido? ¿Será tal vez que en su pequeño gesto demuestra que
detrás de tanto yuyo insulso, detrás de las espinas lastimosas del bosque,
oculto a la mirada del ingrato, se entrega la dulce morada solo a aquellos
dispuestos a sacrificar su sangre por la Pacha?
El joven cacique apartó su mano de los glúteos de la doncella e instantáneamente
el mundo cedió bajo los pies. Fue el amor incondicional de Qillqa, la flor de la serranía quien orgullosa se
desplegó entre los macizos grises afanosa del amor, recelosa de su intimidad de
poesía y soledad.
¿Podrán sus perfumes esconder la
melancólica ensoñación de estos días? ¿Podrá el cantarín curso que te
acaricia silenciar los desgarradores llantos mudos de mi alma? ¿Será tal vez en
la altura de tus bosques donde se oculta la razón y la sospecha? ¿Es el algarrobo añejo
el depósito de la savia ancestral de los orígenes olvidados?
Ella lo dejó paciente, solitario y en quietud, a la espera indecisa de
la lujuria deseoso del encanto y sometido vértigo de los tiempos insensibles. Qillqa
necesitaba tiempo para vivir y sentir como los huesos se desperezan al contacto
con el aire, cómo la vista da lugar a la mirada y deja transitar la
ensoñación, cómo la respiración se abre y el aire enriquecido del verde ingresa
en la sangre sórdida. Tiempo para ver crecer y desarrollar la madreselva
perfumada del jardín allí donde las tardes habilitan el pensamiento. Tiempo
para la palabra y el amor.
¿Por qué su crono insatisfecho no conforma con el espacio la dimensión
cósmica del más allá deseado? ¿Por qué al encontrarse se pierden en los deseos?
¿Qué imágenes perciben en las alturas, donde sus
pequeños placeres de superioridad se encuentran con la fascinación del cielo,
dónde los pájaros se cuentan ínfimas anécdotas de emociones perdidas?
Encontrándose en ese estado, deliberadamente abstraída, el lugar
virgen de su mirada acusadora de los tiempos reclamaba ¡Vida!
Entregados al amor, perseguidos por sus
padres, la Pachamama les entregó la unión en la belleza y la parsimonia de la
estancia, el tiempo.
-Qillqa te debo el alma, siento que la pobreza de mi corta pericia para
la entrega dejó truncado tu pobre corazón lleno de ansias. El tiempo se asoma
esta mañana aquí donde el reloj de sol marca la alegría necesaria. Dejo de
existir cuando siento el rechazo o tu determinación de una necesaria autonomía
y preservación de mí. De lo mío que es mi cuerpo y mi espacio.
-Aquí estoy, sola, frente a la escritura y la tormenta. Con el intenso
calor de las tardes, deseosa de que te despiertes para que con una mirada
amorosa yo deje de sufrir
¿Si no existieran estos pequeños
desapegos cómo podría reconocer el instante en que vuelves a mi enamorado, a la
entrega que nos debemos para reconciliarnos en el beso, en la unión de los cuerpos,
en la concepción de la unidad?
Los amantes sabían que no tenían escapatoria. El padre de Qillqa los perseguiría.
Debían concentrar las energías en perder, dejar las ganancias para el
pederasta de la vida que imprimió de silencio el desgarro de la infancia.
Las ganancias perdidas del idiota que no ha encontrado la resolana de la tarde,
la paz del ocaso, que realmente se ha perdido en el afán especulativo. La unión
se hizo carne de cardón, él protección ante la amenaza, ella la “flor de los
amantes”, el anuncio de la buenaventura y la dicha.
Insospechada carencia narcótica: ¿dejaste tus
efluvios de elixires tras la marea del rocío? ¿Es tu despliegue una
demostración de pureza escéptica? ¿Dónde concentró el sol sus aromas infundidos
si ahora yaciente te entregas sin sufrir?
La profusión florida esconde el secreto de los aceites embriagadores de la juventud
y en sus ramas, venas cargadas de la sangre de los mortales fluye la savia de
la vida y transforma el sufrimiento en dulce néctar de los dioses originarios.
La natura prodigiosa se esmera en conmovernos, nos ve al pasar
inconclusos y se esfuerza en dar completud a nuestra miseria existencial y a
esta necesidad constante de tragedia, este afán fatídico. En el renacer anual la esperanza acontece y parecería que el gris
del tiempo instala Alegría.
-Las flores de tu amor han muerto bajo la mata creciente de la vida,
pero un día los colores tomaron forma y tu luz se hizo espacio en la oscuridad
y yo volví a brotar efímera bajo la luz del Sol.
Primavera subjetificada frente al frío quebradizo que desgaja las
semillas volátiles del alma, las hojas tristes de venideros inviernos
ventosos.... viento frío de tu voz haciendo eco en las flores, en el húmedo
receso tú te piensas joven cacique, y yo me pienso en el solitario encuentro de
los besos fríos, traicioneros, deshojados en la cinta torrentosa del
invierno, descoloridos de ensueño fresco, fluctuados de tristes colores,
raídos suaves, eternos soterrados y lejos. Primorosa primavera de mi alma prima
sola, prima estrecha prima esta principela de los goznes acechados los colores
de tu terra que se esmera dadle vida, luz y fuerza.
Tras estas profusas palabras Pachamama proveyó los retoños de un día, aparecieron los frutos, la natividad
irrenunciable, se hizo presente en la más concreta y efímera manifestación del
ser: la flor de cactus.
Desde las entrañas del conurbano bonaerense implorantes reclaman elevando sus ruegos a un futuro cargado de incertidumbres. Sangre matancera que revive la cultura de la Aguada con la presencia de Qillqa, resiste y se hace fuerte la poesía, marca la diferencia, florece ante los embates; sin nutriente alguno ni asistencia externa, sin mendigar siquiera, aquel heroico amor, el hermoso estandarte de un pueblo que busca la palabra.
Dijo la crítica:
Etapa #1
Jurado 1: Una trama con profunda narrativa, que pinta con su narrativa un escenario con todos sus detalles, atravesado por una historia que conmueve, que da voz a lo inmutable, que interpela e invita a imaginar. El recurso digital, los hipervínculos a imágenes no logran integrarse con la historia, más bien generan una interrupción en la experiencia de lectura.
Jurado 2: Se nota que hay entusiasmo y esmero en la escritura y en la selección de imágenes y música. Sin embargo, se sugiere darle más voz a los personajes para que el relato adquiera más ritmo. También se detiene con la cantidad de adjetivos.
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