jueves, 8 de octubre de 2020

"Viaje al Uritorco"

 



Viaje al Uritorco
                                              “El Uturunco mostraba sus dientes afilados y rugía…”

Como ciertamente el hombre no está solo con su alma, aunque esto sea todo lo
que desea; cuando se pone a andar, en tiempo vacacional, lo acompaña una comitiva de
secuaces del consumo, prestos a su desgracia. Avanzabas por los campos
comechingones locuaz y divertido, haciendo gala de las resoluciones más ingeniosas y
las anécdotas llenas de floridos remates, contadas una y mil veces. Sospechaste el fatal
reviente inesperado y te largaste de la cinta asfáltica, súbito, como el ave que esquiva su
trágica estampa contra el parabrisas. Resoplaste. Tu mirada se clavó en la mía y en el
camino que nos saludaba, en el destino al cual haríamos frente, íbamos desafiantes. El
silbar de los autos ignotos, acompañantes de ruta, se transformó en un arrasante flujo de
energía cinética, absorbente. A los pocos minutos el viaje se transformó en el camino
hacia la confirmación de lo inapelable. La llave cruz su estigma. Si hay una resolución
probable, Dios existe. Encontrar una gomería, comprar a precio de mercado, ser parte
de esa civilización sería la señal divina que alentara mis creencias. Pero no, esa señal
sería aún más telúrica, la gomería jamás apareció, pero si un desfile de supercherías de
campo infundidas por el paisaje.
Angustiado te enfrentaste a la embestida súbita. Deseoso de encontrar una salida
recorriste los caminos polvorosos evitando la autopista tras la sorpresa sopesada: la
despreciada sociedad de consumo estaba muy lejos de nuestro horizonte. El destino
había previsto un desastre mayor, aunque en tu ansiosa alma, ausente de estrategias y
cálculos, lo único que evaluaba delante de los ojos era la trivialidad de una llanta
inservible. Designios de los tiempos y la geografía que pretenciosa ponía a prueba el
alma de los huidizos amantes, simulando un contratiempo insalvable en aquellas áridas
comarcas. Desilusionado descansaste la espalda reclinado sobre el guardabarros, con la
mirada fija en el río Calabalumba que canturreaba amistoso, esperando tal vez una
ayuda insospechada. Este viaje pensado como una salvación, huir de la ciudad, la
posibilidad de romper con la familia, con el designio, parecía desencadenar el infierno
amatorio.
La voz del padre se hacía presente, su mirada fija estaba allí, lacerante. Se
aceleró el recuerdo: aquellos días en que la ausencia paternal dictaminó quién soy, quién
seré, quién podría ser. Lo que no quiero ser. Y volvió bajo la forma del amante, del que2
en su afán protector esgrimía siempre los mismos argumentos histéricos de celos. El
elixir del pensamiento, derramado sobre tus ojos, te perdía en un sueño. Agazapado,
entre las zarzamoras del cerro se escuchaba el transitar de unos pasos sigilosos. Llega
un momento en que enloqueces de amor y ya no puedes hablar de soledad, pero ella
persiste en desarmarte, persiste en confundirte, en canturrearte al oído como el río,
como un líquido vehemente horada la piedra y el alma. Persistencia intolerable, aguda
del sentir que se relame por ser dicha y disfraza las sensaciones, ampara el desencanto.
Me pareció ver unos ojos de hombre agudos, insidiosos, asomar tras los yuyos, los
mismos que había dejado atrás, aquellos que había intentado olvidar para subirte al viaje
victorioso del deseo, del amor trascendental.
Hablar con uno mismo, en un mar de confusos pensamientos mientras la espera
de un auxilio se hace insoportable, mientras se iban mezclando ideas suicidas, hastío y
aburrimiento, ver pasar los chingolos rasantes, recordar las noches en que mientras
giraban los cubos de hielo del vino, el lavado de la ropa diaria daba mareos y vos dabas
vueltas rabioso, vengativo, sospechando algún amante, desafiando a la familia.
Desencadenado el pensamiento del deseo buscó sola el desamparo de la piel, se
resquebrajaron sus entrañas y el alma dibujó el encuentro con un infierno destinado.
- ¿Vos no querías hacer este viaje no?
Ella misma preanuncia la respuesta fatídica, intenta burlar la dicha. Decir que
no, renunciar y ejercer la pequeña traición, la traición empobrecida de los míseros que
se priorizan para ser menos, que dejan atrás la oportunidad del amor para cargarla al
destino y trasgreden el esfuerzo buscando la frustración. Se autocompadece intentando
justificar la felicidad irresoluta de los débiles. Ser débil y asomarse al consuelo
desmedido del padre, para transmitir la sorpresa de lo inconcebible. Arrumbar el
destino preconcebido y decir no a la unión de los amantes.
-No. La verdad que parece que el Universo ha complotado en nuestra contra.
Decir no al deseo para confirmar el infortunio, aceptar el destino de la tradición.
Aceptar esos ojos que se asoman tras la peperina para impedir la huida de los amantes,
para predestinar el encuentro eterno, allí tras el espinillo, la muerte. La muerte en la
unión eterna bajo la mirada de esos ojos acechantes, proféticos.3
Saltar el abismo de insatisfacción para descubrir que allí se encuentra el deseo de
lo que no sabía. Tan simple como ser: ver el verde, los pájaros, el refrescante viento de
una tarde de verano, mirar al más allá, el horizonte, el celeste azul del cielo, tu mirada
ausente que me dice que disfrute: ¡Disfrutar del momento!, cliché inmediato. ¡Disfrutar
de la vida!, cliché absoluto. Disfrutar de tenerte lejano, ausente y aquí presente para
darme la posibilidad de encontrarte y encontrarme.
Solipsismo: No hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, que el dolor de
amanecer y saber que ya no estás, que tus olores cuando se perdieron esfumados en
recuerdos de angustias imborrables. Todo lo que en esta vida tenía solución quedó
innombrable detrás del insulto de la letanía. ¡Sentidos exacerbados permitidme
encontrarme en este ritual de soledad para ser el río de deseos insatisfechos en tu
entraña, en tu tierra que me cobija y me contiene!
La mente bajó sin mirar, mi mente quiere quedarse en la desgracia y ese par de
ojos que no habían dejado de observarnos. Mientras yo me perdía en devaneos, vos
intentabas ocultar el desamparo del amor. La bestia se abalanzó y fuimos uno en la
tierra, vos entraña, yo fluido que se escapa.

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