viernes, 7 de enero de 2022
Novelarte. "Infante en la ciudad feliz"
Infante en la ciudad feliz
Locuaz mudez
Imagen 7 : Planta de la Colonia Marítima de Mar del Plata del Consejo Nacional de Educación (Gentileza arquitecto Juan José Garamendy, Universidad Nacional de Mar Del Plata, Mar del Plata)
Viéndolo bien, eran dos figuras lastimosas que se erigían ante un público de lo más popular. La presencia de ambos cautivaba la mirada de todos, cientos de miles pasaban a su lado haciendo una reverencia inevitable. El irresistible encanto indeclinable de posar, de tener el registro de la escena frente a la escalinata, para recuerdo de múltiples generaciones que por allí pasaban. Cientos de fotografías idénticas: los bolsos en la mano y detrás las figuras cementicias implorantes. Toda una estirpe mamífera apilada en el puerto se sigue revolcando anhelando una salida al mar, presos del enclave del hombre, parecen sufrir del síndrome de Estocolmo. ¿Por qué siguen allí en vínculo con los turistas y sus camaritas cazadoras de alaridos? ¿qué los retiene en aquel puerto infame, pobre y triste? Toda aquella hidalguía del monumento se degrada nauseabunda en el playón de cemento. El símbolo de la ciudad feliz, los lobos marinos, custodian una alegría discutible, que aquella niña descubriría tras la tragedia de su infancia asesinada.
Todavía añoro la primera vez que sostuve la Kodak Polaroid delante de la cara. Era una chiquita inquieta que maravillada sacaba fotos carísimas, teniendo en sus manos un adelanto increíble de la tecnología. Podía guardar el instante mismo, que se revelaba frente unos ojos incrédulos. Esos diez segundos de espera se aletargaban mientras los reflejos tornasolados de la imprimación iban mostrando los indicios de la verdad que se revelaba -creíamos en aquella época- instantáneamente. Ya no había posibilidad de volver el tiempo atrás. Ese recorte de vida no podía modificarse, ni repetirse y había quedado plasmado en la placa plástica. Sus bordes blancos achicaban el marco de vida expuesto haciendo perceptible el fuera de campo, lo silenciado, lejos de la vista. Y allí estaba, siendo aquella pequeña que disfrutaba de las vacaciones en soledad con su cámara a estrenar, que usaría una sola vez.
La habían mandado de vacaciones a tierras lejanas. La madre no quería que fuera, pero íntimamente, en su ausencia, trataría de arreglar las cosas con el padre. Un día llegó a la escuela una noticia que conmocionó a todos: se elegiría un alumno por grado para ir de vacaciones gratis. Estaba en segundo grado, ya sabía leer y escribir. Había intentado sumergirse en la lectura de “Mujercitas” sin éxito. Las palabras tenían un significado oculto, algo decían que no lograba comprender, algo que tendría que ver con la experiencia de ser mujer, muy lejana para una nena de ocho años. El misterioso peligro de ser mujer siempre es sexual.
Había que anotarse. Todos estaban entusiasmados y querían ser elegidos. Había que llevar la notificación a los padres y en el caso de estar de acuerdo debían cumplimentar los requisitos. Con ocho años la posibilidad de pasar 28 días en un lugar alejada de sus padres resultaba una aventura desafiante. Salió electa con la sorpresa de que ninguna de sus compañeritas siquiera se habían inscripto. Sola, se embarcó en la incertidumbre. El temor se apoderó de sus escasos años cuando empezó a preguntarles a todas sus amigas quién iría con ella y resultó que ninguna se había inscripto. Pasando los controles médicos de chequeo general y vacuna antitetánica mediante, se firmaba una autorización en la cual el padre delegaba el cuidado de la menor al Ministerio de Educación. El estado benefactor le había concedido el privilegio de alojarse en un internado de verano y apartarse durante casi un mes de su familia para conocer el mar.
Hacia allí salió desde Retiro, con mucho miedo y mucho frío, con una bolsa de caramelos de dulce de leche que apenas desembarcó en el pabellón fueron confiscados en una bolsa de hule en la cual le hicieron guardar todas sus pertenencias. Intentó esconderlos debajo del colchón tal como la había instruido una reclusa más avezada, pero a las pocas horas la celadora, perspicaz, levantó los enseres y descubrió el engaño. Tras desposeerla de todo vestigio personal, pasó a ser un número, un número de cama, pabellón, unidad.
Nos entregaron dos mudas de ropa, que consistían en un shorcito de tela grafa azul y una remera con ilustraciones vacacionales: valijitas, banderas del mundo, palos de hockey, solcitos… la malla roja no me entraba. Era una niña más desarrollada que lo habitual así que debía conformarme con meterme al mar en remera y short.
Casi no recuerdo meterme al mar…tras largas sesiones de gimnasia en la playa, severamente controlados, se nos permitía ir al borde del agua. Nunca pude nadar, pero si recuerdo el rayo de sol quemándome, lacerándome la piel como un láser y la fiebre que tenía por las noches, tras esas largas jornadas de exposición.
Temprano a la mañana nos despertaban para desayunar. Siempre el miedo de no llegar, había que hacer la cama, pasar por el baño, lavarse la cara, cepillarse los dientes y el miedo de no llegar. Las cosas que te harían en los baños si no te portabas bien. 20:30 hs. se apagaban las luces para dormir y así debías hacerlo. Mi cara asomaba lo mínimo necesario para respirar por encima de la colcha de lana azul a cuadros que tapizaba las doscientas cuchetas del pabellón. Aquellas que no durmieran las enviaban al baño tras una ola de gritos condenatorios y golpes a en los caños metálicos de las camas. Se escuchaban gritos de tortura. A la mañana siguiente no se sabía nada de aquellas. Los días transcurrían entre las clases de educación física, las mañanas en el agua congelada del mar, y los juegos de payana en el patio central. Se contaban muchas historias truculentas entre las chicas del grupo que rondaba entre los 8 y los 12 años. Muchas de ellas ya habían transitado obligados caminos hacia una sexualidad precoz. Muchas conocíamos el abuso, el manoseo de los viejos lascivos en el colectivo, la galantería malsana de los perversos. Historias de violaciones circulaban como cuentos de terror entre las chicas. Las mayores nos advertían que cuando te mandaban a las duchas porque no te dormías, allí te entregaban a los hombres que te tocaban. Los patios dividían los pabellones de varones y mujeres. Jamás vi un varón en el complejo, ni siquiera en el tren, pero si los cruzábamos en el comedor. Mi única amiga por aquellos días, tenía un hermano al que no vio en toda su estadía. Sentadas en el comedor no se podía hablar así que había aprendido rápidamente el alfabeto para sordo-mudos. Podía comunicarme a la distancia, separadas por largas mesas de tablones nos reíamos en silencio u organizábamos salir juntas del comedor.
Fue una tarde, cerca de la finalización del período vacacional soñado, que nos llevaron al centro y los encontré. Nos permitieron agarrar de la bolsa de hule algo de dinero que nuestros padres nos habían dado para comprar un souvenir y la Polaroid. Como en una pesadilla del más allá sentí la libertad tan preciada: solamente escapar a la colonia, ver el mundo de los niños normales, que pasaban sus vacaciones con sus padres y no un rebaño de niños vestidos todos iguales, yendo en manada hacia todos lados, atendiendo las indicaciones y teniendo miedo. La fotografía icónica quedó plasmada y la Kodak nunca más funcionó. Se trabó apenas escupió los lobos marinos custodiando el firmamento. No hubo oportunidad de volver a probarla porque la celadora ya se había apropiado de la cámara.
Llegué a verlos, incólumes, vigilantes y erectos, desplegando una vitalidad anhelante, la fuerza de unos seres estoicos. Esa imagen me acompañó el resto de la jornada y opera en mí como un falo, como un mantra simbólico del recuerdo. En el bolsillo la materialidad plástica de los lobos que cambiaban de color irradiaba temperatura. Un talismán azulado que se presentó a mi vista como esperando que alguien reparara en su singularidad. Los niños, pasaban de largo, buscaban lo novedoso, las golosinas, el collar de caracoles para la mamá. Una fuerza irresistible me atrajo, gasté unas pocas monedas en el amuleto que cambiaba y me aferré a punto tal que el acrílico se me clavaba en las yemas. La imagen congelada de la polaroid daba vueltas en el bolsillo de la campera de algodón azul mientras la figura tridimensional parecía cobrar vida. Hacían fuerza por sub-venir, materializar la imagen con una energía primitiva.
Aquella noche fatídica se hicieron presentes. Nada resultó igual en la última semana del retiro espiritual. La fotografía se había corrompido: cuando fui a esconderla debajo del colchón advertí que el azul del cielo prístino que enmarcaba los dos titanes se había teñido de bermellón. Esa noche, un grito alteró el tránsito hacia el sueño. Una vez más, alguien salió castigada hacia las duchas. Los gritos se volvieron a escuchar, pero esta vez no era la voz infantil que rogaba clemencia, era un alarido siniestro el que provenía desde el fondo del oscuro pabellón. Al final de la hilera de cuchetas dormía la celadora de turno. Tras el escándalo, que duró bastante sin que ninguna de las niñas se animara a asomarse fuera de las sábanas, aparecieron sus compañeras. Entre exclamaciones de asombro y horror podíamos imaginar la escena sangrienta. Esas duchas fueron clausuradas, en lenguaje de señas la niña castigada nos contó que en la oscuridad vio una sombra grotesca que se desplazaba lentamente. Una masa uniforme se arrastraba hacia los baños. Dos mastodontes peludos y furiosos atacaron a la celadora, dejándola descuartizada sobre el mármol blanco. No pudo ver más, sólo unas sombras gigantescas, oscuras y el grito grave, profundo de la presencia mezclado con los alaridos de la carcelera.
A los pocos días volvimos a nuestros hogares. La noticia del asesinato de la celadora salió en Telenueve pero nunca descubrieron qué había pasado. El tren frenó en el andén, bajamos y ahí nomás esperaba que nadie hubiera ido a buscarme. Alivio fue la sensación de sentirse querido cuando un abrazo inesperado me dejó sin aliento. A partir de ese día la separación siempre tiene por excusa volver a ese abrazo que dice todo, sin palabras. Como en lenguaje de señas, apretujado por el otro que renueva la confianza. Así de inseparable estaba en mi mano el pequeño tótem de plástico insulso. Recuerdo palpitante del terror de una cárcel de la infancia. No podía dejar de asirte a punto tal de que se me acalambraba el puño. Necesitaba sentir el calor, la fuerza que transmitía en rigor, esos hocicos amenazantes al cielo. Ambos, simétricos desafiando los designios de una verdad incuestionable: el mundo era un sitio atroz.
Locuaz mudez
martes, 21 de diciembre de 2021
Rutas literarias 2021. "Estado in move"
¡Estado in move!
Musculada muevo el mundo.
Mascullando frustraciones del deseo
esta carne en acción ruge mácula
de los años trasnochados; soy tu dueño.
En el vuelo libertario los destinos
fuerzan y definen esperanzas, toman cuerpo.
Emociones. Otras vidas en el arte se iluminan.
En la imagen, los colores son el sueño.
La fémina revienta el espacio, respira,
Arrasa distancias, se lanza al vacío, despliega materia,
Y en el éter se encuentra sorora, amiga o ajena.
Masculinidades añoradas, hecha sangre
el alma veda el recuerdo.
Fantasías de las noches, corporeidades…
el etéreo estertor al infinito.
la pasión busca el cielo.
Desata voluntades queste organum
la existencia intrigante del adentro.
La figura recortada que duplica
y la masa que se impulsa grita ¡siento!
Esas sombras se rebelan en belleza
ansían estallar orgásmicas, plenas.
Temblorosas estas tripas reparan
La felicidad de estar vivas, el anhelo.
Rutas literarias 2021
domingo, 31 de octubre de 2021
"Amor en La Matanza"
“Hubo un tiempo que fue hermoso, y fui libre de verdad…” La
canción resonaba en mi memoria en loop. Eran tardes de perder el tiempo
eternamente, cantando canciones melancólicas a la salida del cole y filosofando
de la vida. La inseguridad actual no pertenecía al círculo de significación de
aquellos adolescentes que no tenían nada para ser robados, más que la fantasía.
Flasheábamos con castillos de cristal, con el amor romántico de necesitar
alguien “que me emparche un poco y que limpie mi cabeza..”
Por aquellos días en que las preocupaciones de la vida
ordinaria no eran motivo de desvelo, dos adolescentes en busca de un sueño,
recorrían las calles matanceras sin advertir las señales de una oscuridad
obsecuente que se ocultaba a cada paso. Alexis pasaba todos los días por la estación
San Justo sin reparar en el linyera que juntando unos cartones se había armado
su ranchito al costado de la garita del guadabarreras. Hacía más de una década
a metros de aquella estación un accidente provocó una tragedia inusitada. Pasó
el 620 con la barrera baja: el
guardabarrera, que se había quedado dormido, sólo reaccionó segundos antes de
impacto, cuando escuchó los silbatos desesperados del tren que no podía ya
frenar. El terrible choque había partido al colectivo por la mitad. Eran las 6
de la mañana, casi amaneciendo, 62 personas viajaban totalmente apretujadas en
el interno 336 de la línea 620, que venía por Provincias Unidas, desde Barrio
Independencia, en el kilómetro 29 de la Ruta 3. Murieron 48 personas. La
tragedia se la contó su mamá cuando era chico así que cada vez que Alexis cruza
la vía para ir a la escuela mira hacia ambos lados, tratando de anticipar el
sonido de la máquina tras los silos de la curva. También le contó que tras la
desgracia fue a la quiniela y le jugó al 336 y ganó el dinero con el que le
compró los muebles de su pieza. Ahora, adolescente, Alexis se acuesta pensando en
uno de los sobrevivientes, en aquel que iba colgado del 620 y se salvó, en
aquellos que iban a buscar trabajo a la fábrica “Jabón Federal”. Pensaba si iba
a conseguir laburo y de qué porque no sabía hacer nada y en el secundario no le
enseñaban nada.
El peligro no acechaba, no se escondía, no se figuraba en el pobre que
sin casa vivía en la plaza o en un futuro incierto. Si estaba presente era solo
en las decisiones que tomábamos a diario. La mitad del curso caminaba
tranquilamente por la "Plaza del periodista". Todos sabemos que la
plaza del periodista en realidad es llamada la plaza de los rateros. Nunca me
quedó claro si era por los amantes de lo ajeno o por los encuentros
multitudinarios de jóvenes huidizos de su actividad estudiantil. La cuestión es
que, en los días de sol brillante, aún hoy en día, se ven los grupos de
adolescentes que pueblan el campito contra las vías, siendo por un rato libres.
Era una actividad de lo más habitual
ratearse o ir a la salida del Nacional, a la placita para un partidito, chapar
con la chica de turno, hamacarnos como si fuéramos niños o tomarnos una birra
entre veinte y fumarse un cigarrillo, también compartido. Éramos grandes,
jugábamos a serlo mientras los juegos de la plaza nos recordaban un pasado
reciente que nunca más volvería a nuestras existencias. El
bosque añejo del lugar nos observaba, custodiando aquellos besos embelesados de
fantasías y empapados de saliva. Creíamos ser libres, aunque el peso de la
crianza patriarcal, la culpa cristiana y los mandatos morales nos persiguieran.
Sería producto de la pareidolia o de la culpa que producía
la rateada pero Jennifer no podía dejar de mirar las caras que desde el ombú y
el algarrobo la perseguían. Esa
mirada no se ocultaba a los deseos insatisfechos de los jóvenes que excitados y
ansiosos desviaban la vista intentando evitar el nerviosismo y la tensión que
provocaba la situación de lo prohibido. El punto era no pensar en lo que hacían
fuera de su casa, dejar que los eventos que tenían lugar en aquel recreo
transcurrieran como si supieran claramente lo que iban a hacer y las decisiones
que iban a tomar. La realidad es que nunca sabíamos hasta dónde íbamos a llegar
o qué es lo que pasaría y eso provocaba mucho vértigo. Plagado de temores e
inseguridades practicaban el encuentro de las bocas. Escapados de la responsabilidad y huyendo de
los deberes domésticos se entregaban al amor. El vigía adusto, bien plantado en
sus cincuentenarias ramas, oteaba disimuladamente, esperando que en algún
momento se portaran bien, que hicieran caso a las recomendaciones paternas.
Vivían la paranoia del que sabe que está haciendo algo que no debe: había que
ir al colegio, ¡no podían ratearse todos los días! Sin embargo, lo seguían
haciendo y transcurrían las tardes explorándose, hasta que sucedieron ciertas
anécdotas que lograron llamar la atención de nuestros jóvenes. Jennifer y
Alexis desconocían los prejuicios y se entregaban libertarios, a la mirada del
bosque. Jenny era una piba sencilla, tranquila e incrédula. Siempre pensando en
enamorarse y sin prejuicios. Trataba de romper el estereotipo de que el varón
debe tomar la iniciativa así que no tenía problema en redoblar la apuesta en la
seducción. Alexis por su parte no
buscaba sacar provecho de ninguna situación en el orden sexual pero en un mundo
donde el varón sólo quiere una cosa… ¡Castigados serían sus desmanes; ese
ritual precoz de andar probando el sabor de los labios, el baile de las lenguas
y la turgencia de los cuerpos vírgenes! Jenny sentía vociferar a su padre, como
desde el más allá cada vez que se encontraban. Fue
una tarde, cuando menos lo esperaban, que se desató una tormenta arrasadora. De
repente el cielo se hizo noche, el viento levantó polvareda, y la rama del
jacarandá se desplomó sobre los jóvenes amantes. Algo indicaba que no era
momento de continuar disfrutando de la compañía. En esa plaza maldita, signada
por la tragedia, pasaban cosas.
La naturaleza se revelaba ante la mirada atónita de los quinceañeros
que raudamente tomaron sus cosas y salieron corriendo buscando guarecerse. Los
unía, la atracción de una fuerza poderosa y desafiando todo designio del más
allá, al día siguiente volvieron al lugar para pasar el rato, conocerse,
explorarse, comprenderse y sentirse uno en los brazos protectores del otro, en
comunión. Quiso el destino que los encuentros estuvieran plagados de incidentes
más o menos llamativos. La naturaleza parecía complotarse en su contra. Otro
día estaban tomando mates, tirando miguitas a los pajaritos del lugar, cuando
comenzó a armarse un temporal desafortunado. El rugido feroz del cielo parecía
denunciar el encuentro de los chicos en un horario en el que deberían estar en
la escuela.
Violentados por la naturaleza huyeron, con tanta mala
suerte, que la lluvia los agarró a mitad de camino. Al llegar a sus casas
chorreando agua no podían explicar dónde habían estado aquella tarde, así que
el problema se presentó ante sus padres que desde siempre habían desaprobado el
encuentro íntimo. Tuvieron que soportar una vez más, los retos y
reclamos, "que portate bien, que tenés que ir a la escuela, que dejate de
pavadas, que estás castigado, que cuidate..."
Pasada la tormenta (la de la familia y la climática)
volvieron a su plaza favorita. Aquel día era de un sol brillante que rajaba la
tierra. Lamentablemente, al llegar al lugar se encontraron con una escena
macabra. Un carrero había dejado abandonado su caballo moribundo. El
espectáculo aterrador de la vida frente a la muerte se desnudaba en el alma
sensible de los chicos. El
equino enfermo estaba desplomado frente a sus ojos. Las moscas merodeaban el
cuerpo inerte que terminó muriendo frente al asedio de los canes famélicos del
barrio que lo rodearon, mordisquearon y rabiosos lograron perforar el cuero
para llegar a la piel. Las ratas ya habían ingresado en el cadáver para ir
royendo poco a poco las entrañas y al aproximarse salieron asustadas de las
tripas. Pasó una semana en que decidieron no encontrarse nunca más en aquel
paraje que tan malos recuerdos les dejaba. Esta vez tomarían el colectivo rumbo
a la placita de Casanova. Ni bien se sentaron, el 96 tomó una velocidad
peligrosa, inaudita para el transporte de pasajeros de corta distancia.
Un patrullero corría una carrera alocada con el colectivo.
Pretendía detenerlo colocándose delante. ¡No podían creer lo que se estaba
suscitando! Finalmente, la policía bajó a todos del
colectivo pidiendo su identificación y fue ahí que advirtieron en el móvil
policial: ¡POLICÍA LOCA! El ploteado de la camioneta de la policía había sido
graciosamente intervenido quitando la L final. ¡Esto era una señal pensaba
Jenny en su persecuta moral!
Tras quince días de encuentros accidentados resolvieron
dejar los paseos y de una vez por todas asistir a la escuela. Después de los
chistes sobre "los novios" y las preguntas de rigor sobre qué había
pasado que se habían ausentado, procuraron sentarse uno al lado del otro,
tratar de mantener aquella bella cercanía que tanto anhelaban y resignarse a
compartir a diario las clases. Solo el roce de las rodillas debajo de la mesa
los estremecía. Habían elegido sentarse en el último banco, lejos de la mirada
de los profesores que sin hacerse los distraídos reiteraban el pedido de
distancia.
-
Por favor chicos, sepárense,
no pueden estar haciendo cariño en el aula…
Desde
el último banco del aula del primer piso veían el horizonte. Esto de ir a la escuela
tenía sus encantos. Llegar a la mañana temprano para ver amanecer sobre el
campo cubierto por la escarcha era muy romántico. Los atardeceres no eran menos
encantadores, el sol poniéndose en el horizonte que se iba poblando de
cuadraditos, de sucuchos improvisados que peleaban un espacio propio, un
territorio, una vivienda, una vida. La parejita felíz no tenía en cuenta el
futuro que se mostraba desnudo frente a sus ojos. Jenny fantaseaba mirando el
paisaje por la ventana cuando quedó petrificada.
Sorprendente
fue el momento en que un Tiranosaurio Rex se presentó frente a la vista de
todos, asomando por la ventana, mientras la profesora de literatura invocaba el
microrrelato de Monterroso: “Y cuando despertó el dinosaurio todavía estaba
allí“
Créanlo o no allí estaba. Si la capacidad de ver caras por
todos lados era un don o una maldición para Jenny no podemos evaluarlo, pero el
monstruoso ser ahí estaba y todos los veían. La figura recortada del prehistórico animal se
hacía cada vez más cercana. Comenzó a
desplazarse acercándose de a ´poco al ventanal de la Escuela Secundaria N° 81
de Villa Scasso. Un espacioso campo se extendía frente a los fondos de la
escuela y la presencia de los eucaliptus era imponente. Las tomas crecían sobre
ese escenario bucólico desplegando variedad de materiales y colores: ranchos
hechos con cartones de tetrabrik engrampados a maderas de cajones de manzanas
constituía una de las construcciones más creativas de la supervivencia
matancera. Las antenas satelitales pendían como con alfileres de la esquinita
de todos los ranchitos. En el de paredes de bolsas de residuos negras apenas se
sostenía, rebelándose a los vientos y firme para el entretenimiento cotidiano
de la familia numerosa que allí habitaba. Con aquella escenografía como entorno,
la fantástica figura se desplazaba. El
alumnado no salía del estupor y temor que provocaba aquella figura fantasmagórica
y amenazante tras el vidrio.
Los rugidos se escuchaban cada vez más cerca y nuestros
púberes temblaban de miedo. Frente a los acontecimientos no tuvieron otra
opción que hacer frente a las afrentas del destino: entregarse a la tragedia o salir
a confrontar el monstruo que atemorizante se presentaba ante ellos.
-¿Qué es lo que pretendéis de nosotros criatura del
demonio? Lo enfrentó el joven altivamente.
-Una declaración de amor eterno. Rugió.
Alexis se dio cuenta en ese instante que sus preocupaciones
por la vida futura se habían desvanecido, que aquello que le hacía perder el
sueño pensando en su futuro como adulto no tenía mucho sentido, que todo se
reducía a aquel momento, al breve instante en que se le infló el pecho de
coraje y afrontó la situación en defensa del amor. La algarabía reinó en el
aula, no paraban las cargadas, los chistes y empujones.
-¡Que se besen! ¡Que se besen!
Jenny descubrió que el peligro a ser descubierta por sus
padres no tenía mucho sentido frente a lo terrible que tenía frente a sí. Más
miedo le tenía al monstruo que se revelaba frente a sus ojos, superado el
momento de la mano de Alexis a nada más podría temer. En todas las incursiones
pasadas habían sido advertidos de aquello a lo cual no pensaban renunciar.
Primorosamente nuestro héroe romántico tomó entre sus brazos a la doncella que
suspiró y se entregó al beso apasionado, suave y dulce de aquellos labios hasta
el momento poco explorados.
El curso completo estalló en risas, gritos de festejo
escandalosos que se esparcieron por todos los pasillos de la escuela mientras
las autoridades intentaban mantener la calma.
-¿Quién dijo que todo está perdido, amor?
sábado, 9 de octubre de 2021
Experiencias de vida. TALLER LITERARIO EXPERIENCIA LETRAS
Dicen que en el futuro…
Niñez olvidada, prole sodomizada
Niñas, como crías despreciadas
¡Salvemos a los perritos!
Cachorros humanizados
dieta equilibrada de alimento balanceado
juegos diarios rutinarios.
Canes acomodados que ven pasar los nines del hombre:
sucios, moquientos, cagados.
Niñas como escoria sacrificadas al desencanto.
Niñez de una sociedad maloliente con lenguaje fantochado.
Inclusiva es la violencia que no para de azotarlos
Maternizan las mascotas, domestican a los pibes
suicidan voluntades, implorando por los chiques.
Chicos que regalan sonrisas putrefactas
dentaduras de leche, bocas violentadas por el semen
cuerpos desgarrados, almas que temen…
Niños privados de protección
entregados a la miseria.
Presos de los horrores, de la injusticia
Escapistas de abusos, negada la inocencia
huérfana queda la patria, la vida, la existencia.
Algunos llegan, a ser aquellos
jóvenes en patineta, skaters de ensueño
adultos de proteica, militantes del cerocarbo,
surfeando fantasías y desamparo.
Edulcorados de vida, desprejuiciados de metas
vegetarianos insulsos, ciegos,
apátridas negadores, pseudoprofetas.
Tolerante de la idiotez
suburbana
graciosa ironía de la vida
empática
apasionada del encuentro
con la tristeza
pujante cuando el destino
del egoísmo arrecia
impetuosa y rebelde frente
a los sueños
fuerte frente al embate de
los tiempos
lindura superficial y
anecdótica
constante de fidelidades
absolutas
trabajadora incansable,
rutinaria e iracunda.
Impaciente frente a las
acciones simples
ansiosa ante las simples
acciones
arrebatada en el hacer de
las acciones
atribulada por haber
concluido las acciones
ambiciosa en la búsqueda...
de las acciones,
perfeccionista
del hacer consumista de
experiencias
de la experiencia hecha
objeto de consumo
del consumo de la vida y la
pervivencia
de nuestras almas
subsumidas, esencia.