“El Uturunco mostraba sus dientes afilados y rugía…”
Como ciertamente el hombre no está solo con
su alma, aunque esto sea todo lo que desea; cuando se pone a andar, en tiempo
vacacional, lo acompaña una comitiva de secuaces del consumo, prestos a su
desgracia. Avanzabas por los campos comechingones
locuaz y divertido, haciendo gala de las resoluciones más ingeniosas y las
anécdotas llenas de floridos remates, contadas una y mil veces. Sospechaste el
fatal reviente inesperado y te largaste de la cinta asfáltica, súbito, como el
ave que esquiva su trágica estampa contra el parabrisas. Resoplaste. Tu mirada
se clavó en la mía y en el camino que nos saludaba, en el destino al cual
haríamos frente, desafiantes. El silbar
de los autos, acompañantes de ruta ignotos, se transformó en un arrasante flujo
de energía cinética, absorbente. A los pocos minutos el viaje se transformó en
el camino hacia la confirmación de lo inapelable. La llave cruz su
estigma. Si hay una resolución probable,
Dios existe. Encontrar una gomería,
comprar a precio de mercado, ser parte de esa civilización sería la señal
divina que alentara mis creencias. Pero
no, esa la señal sería aún más telúrica, la gomería jamás apareció, pero si un
desfile de supercherías de campo infundidas por el paisaje.
Angustiado te enfrentaste a la embestida
súbita. Deseoso de encontrar una salida
recorriste los caminos polvorosos evitando la autopista tras la sorpresa
sopesada: la despreciada sociedad de consumo estaba muy lejos de nuestro
horizonte. El destino había previsto un
desastre mayor, aunque en tu ansiosa alma, ausente de estrategias y cálculos,
lo único que evaluaba delante de los ojos era la trivialidad de una llanta
inservible. Designios de los tiempos y la geografía que pretenciosa ponía a
prueba el alma de los huidizos amantes, simulando un contratiempo insalvable en
aquellas áridas comarcas. Desilusionado descansaste la espalda reclinado sobre
el guardabarros, con la mirada fija en el río Calabalumba que canturreaba
amistoso, esperando tal vez una ayuda insospechada. Este viaje pensado como una
salvación, huir de la ciudad, la posibilidad de romper con la familia, con el
designio, parecía desencadenar el infierno amatorio. La voz del padre se hacía
presente, su mirada fija estaba allí, lacerante. Se aceleró el recuerdo: aquellos
días en que la ausencia paternal dictaminó quién soy, quién seré, quién podría
ser. Lo que no quiero ser. Y volvió bajo la forma del amante, del que en su
afán protector esgrimía siempre los mismos argumentos histéricos de celos. El
elixir del pensamiento, derramado sobre tus ojos, te perdía en un sueño.
Agazapado, entre las zarzamoras del cerro se escuchaba el transitar de unos
pasos sigilosos. Llega un momento en que enloqueces de amor y ya no puedes
hablar de soledad, pero ella persiste en desarmarte, persiste en confundirte,
en canturrearte al oído como el río, como un líquido vehemente horada la piedra
y el alma. Persistencia intolerable, aguda del sentir que se relame por ser dicha
y disfraza las sensaciones, ampara el desencanto. Me pareció ver unos ojos de hombre
agudos, insidiosos, asomar tras los
yuyos, los mismos que había dejado atrás, aquellos que había intentado olvidar
para subirte al viaje victorioso del deseo, del amor trascendental.
Hablar con uno mismo, en un mar de confusos
pensamientos mientras la espera de un auxilio se hace insoportable, mientras se
iban mezclando ideas suicidas, hastío y aburrimiento, ver pasar los chingolos
rasantes, recordar las noches en que mientras giraban los cubos de hielo del
vino, el lavado de la ropa diaria daba mareos y vos dabas vueltas rabioso,
vengativo, sospechando algún amante, desafiando a la familia.
Desencadenado el pensamiento del deseo buscó
sola el desamparo de la piel, se resquebrajaron sus entrañas y el alma dibujó
el encuentro con un infierno destinado.
- ¿Vos no querías hacer este viaje no?
Ella misma preanuncia la respuesta fatídica,
intenta burlar la dicha. Decir que no, renunciar y ejercer la pequeña traición,
la traición empobrecida de los míseros que se priorizan para ser menos, que
dejan atrás la oportunidad del amor para cargarla al destino y trasgreden el
esfuerzo buscando la frustración. Se
autocompadece intentando justificar la felicidad irresoluta de los débiles. Ser
débil y asomarse al consuelo desmedido del padre, para transmitir la sorpresa
de lo inconcebible. Arrumbar el destino
preconcebido y decir no a la unión de los amantes.
-No. La verdad que parece que el Universo
ha complotado en nuestra contra.
Decir no al deseo para confirmar el
infortunio, aceptar el destino de la tradición. Aceptar esos ojos que se asoman
tras la peperina para impedir la huida de los amantes, para predestinar el
encuentro eterno, allí tras el espinillo, la muerte. La muerte en la unión
eterna bajo la mirada de esos ojos acechantes, proféticos.
Saltar el abismo de insatisfacción para
descubrir que allí se encuentra el deseo de lo que no sabía. Tan simple como ser: ver el verde, los
pájaros, el refrescante viento de una tarde de verano, mirar al más allá, el
horizonte, el celeste azul del cielo, tu mirada ausente que me dice que
disfrute: ¡Disfrutar del momento!, cliché inmediato. ¡Disfrutar de la vida!,
cliché absoluto. Disfrutar de tenerte lejano, ausente y aquí presente para darme
la posibilidad de encontrarte y encontrarme.
Solipsismo: No hay dolor más grande que el
dolor de ser vivo, que el dolor de amanecer y saber que ya no estás, que tus
olores cuando se perdieron esfumados en recuerdos de angustias imborrables.
Todo lo que en esta vida tenía solución quedó innombrable detrás del insulto de
la letanía. ¡Sentidos exacerbados permitidme encontrarme en este ritual de
soledad para ser el río de deseos insatisfechos en tu entraña, en tu tierra que
me cobija y me contiene!
La mente bajó sin mirar, mi mente quiere
quedarse en la desgracia y ese par de ojos que no habían dejado de observarnos.
Mientras yo me perdía en devaneos, vos intentabas ocultar el desamparo del amor.
La bestia se abalanzó y fuimos uno en la tierra, vos entraña, yo fluido que se
escapa.
Locuaz mudez
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