sábado, 18 de julio de 2020

Viaje al Uritorco


 

                                                       “El Uturunco mostraba sus dientes afilados y rugía…”

Como ciertamente el hombre no está solo con su alma, aunque esto sea todo lo que desea; cuando se pone a andar, en tiempo vacacional, lo acompaña una comitiva de secuaces del consumo, prestos a su desgracia.  Avanzabas por los campos comechingones locuaz y divertido, haciendo gala de las resoluciones más ingeniosas y las anécdotas llenas de floridos remates, contadas una y mil veces. Sospechaste el fatal reviente inesperado y te largaste de la cinta asfáltica, súbito, como el ave que esquiva su trágica estampa contra el parabrisas. Resoplaste. Tu mirada se clavó en la mía y en el camino que nos saludaba, en el destino al cual haríamos frente, desafiantes.  El silbar de los autos, acompañantes de ruta ignotos, se transformó en un arrasante flujo de energía cinética, absorbente. A los pocos minutos el viaje se transformó en el camino hacia la confirmación de lo inapelable. La llave cruz su estigma.  Si hay una resolución probable, Dios existe.  Encontrar una gomería, comprar a precio de mercado, ser parte de esa civilización sería la señal divina que alentara mis creencias.  Pero no, esa la señal sería aún más telúrica, la gomería jamás apareció, pero si un desfile de supercherías de campo infundidas por el paisaje.

Angustiado te enfrentaste a la embestida súbita.  Deseoso de encontrar una salida recorriste los caminos polvorosos evitando la autopista tras la sorpresa sopesada: la despreciada sociedad de consumo estaba muy lejos de nuestro horizonte.  El destino había previsto un desastre mayor, aunque en tu ansiosa alma, ausente de estrategias y cálculos, lo único que evaluaba delante de los ojos era la trivialidad de una llanta inservible. Designios de los tiempos y la geografía que pretenciosa ponía a prueba el alma de los huidizos amantes, simulando un contratiempo insalvable en aquellas áridas comarcas. Desilusionado descansaste la espalda reclinado sobre el guardabarros, con la mirada fija en el río Calabalumba que canturreaba amistoso, esperando tal vez una ayuda insospechada. Este viaje pensado como una salvación, huir de la ciudad, la posibilidad de romper con la familia, con el designio, parecía desencadenar el infierno amatorio. La voz del padre se hacía presente, su mirada fija estaba allí, lacerante. Se aceleró el recuerdo: aquellos días en que la ausencia paternal dictaminó quién soy, quién seré, quién podría ser. Lo que no quiero ser. Y volvió bajo la forma del amante, del que en su afán protector esgrimía siempre los mismos argumentos histéricos de celos. El elixir del pensamiento, derramado sobre tus ojos, te perdía en un sueño. Agazapado, entre las zarzamoras del cerro se escuchaba el transitar de unos pasos sigilosos. Llega un momento en que enloqueces de amor y ya no puedes hablar de soledad, pero ella persiste en desarmarte, persiste en confundirte, en canturrearte al oído como el río, como un líquido vehemente horada la piedra y el alma. Persistencia intolerable, aguda del sentir que se relame por ser dicha y disfraza las sensaciones, ampara el desencanto. Me pareció ver unos ojos de hombre agudos, insidiosos, asomar  tras los yuyos, los mismos que había dejado atrás, aquellos que había intentado olvidar para subirte al viaje victorioso del deseo, del amor trascendental.  

 Hablar con uno mismo, en un mar de confusos pensamientos mientras la espera de un auxilio se hace insoportable, mientras se iban mezclando ideas suicidas, hastío y aburrimiento, ver pasar los chingolos rasantes, recordar las noches en que mientras giraban los cubos de hielo del vino, el lavado de la ropa diaria daba mareos y vos dabas vueltas rabioso, vengativo, sospechando algún amante, desafiando a la familia.

 Desencadenado el pensamiento del deseo buscó sola el desamparo de la piel, se resquebrajaron sus entrañas y el alma dibujó el encuentro con un infierno destinado.

- ¿Vos no querías hacer este viaje no?

Ella misma preanuncia la respuesta fatídica, intenta burlar la dicha. Decir que no, renunciar y ejercer la pequeña traición, la traición empobrecida de los míseros que se priorizan para ser menos, que dejan atrás la oportunidad del amor para cargarla al destino y trasgreden el esfuerzo buscando la frustración.  Se autocompadece intentando justificar la felicidad irresoluta de los débiles. Ser débil y asomarse al consuelo desmedido del padre, para transmitir la sorpresa de lo inconcebible.  Arrumbar el destino preconcebido y decir no a la unión de los amantes.

-No. La verdad que parece que el Universo ha complotado en nuestra contra.

Decir no al deseo para confirmar el infortunio, aceptar el destino de la tradición. Aceptar esos ojos que se asoman tras la peperina para impedir la huida de los amantes, para predestinar el encuentro eterno, allí tras el espinillo, la muerte. La muerte en la unión eterna bajo la mirada de esos ojos acechantes, proféticos.

Saltar el abismo de insatisfacción para descubrir que allí se encuentra el deseo de lo que no sabía.  Tan simple como ser: ver el verde, los pájaros, el refrescante viento de una tarde de verano, mirar al más allá, el horizonte, el celeste azul del cielo, tu mirada ausente que me dice que disfrute: ¡Disfrutar del momento!, cliché inmediato. ¡Disfrutar de la vida!, cliché absoluto. Disfrutar de tenerte lejano, ausente y aquí presente para darme la posibilidad de encontrarte y encontrarme.

 Solipsismo: No hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, que el dolor de amanecer y saber que ya no estás, que tus olores cuando se perdieron esfumados en recuerdos de angustias imborrables. Todo lo que en esta vida tenía solución quedó innombrable detrás del insulto de la letanía. ¡Sentidos exacerbados permitidme encontrarme en este ritual de soledad para ser el río de deseos insatisfechos en tu entraña, en tu tierra que me cobija y me contiene!

La mente bajó sin mirar, mi mente quiere quedarse en la desgracia y ese par de ojos que no habían dejado de observarnos. Mientras yo me perdía en devaneos, vos intentabas ocultar el desamparo del amor. La bestia se abalanzó y fuimos uno en la tierra, vos entraña, yo fluido que se escapa.

 

                                                                               Locuaz mudez

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