miércoles, 24 de enero de 2024

Al filo del cerro


 Soñaba con subir hasta aquella cumbre. Cada vez que venía a la sierra trotaba tras la ilusión de alcanzar el punto más alto que pudiera. Contrataba excursiones que la dejaban exausta, la hacían subir toda la mañana por escarpados senderos que solo el guía lo podía identificar. ¿Dónde veía el erudito lazarillo el camino que conducía hacia el objetivo anhelado? Todo era idéntico, más piedras, infinidad de variedad de  arbustos amenazantes y un arrollito más para cruzar. 




Recordaba una oportunidad en que habiendo decidido realizar la exploración sola, sin guía, se entregó a las indicaciones de los lugareños. 
-Siga el sendero y en un momento va a ver una tranquera, pásela tranquila
-Pero... ¿y si sale alguien desde adentro del campo?
-No pasa nada... Usted no se preocupe, siga el sendero, siempre siga el sendero...Después se va a encontrar como una plantación de plumerillos, muchos, todos juntos. Usted no se distraiga, siga el sendero, siempre al costado del arroyito. Si usted sigue el agua la va a llevar al trono del diablo, ahi está el espejo de agua. 
Y así partimos, solo con el celular sin señal, en la mano, dispuestos a tomar alguna foto significativa, aquella que demostrara con orgullo cómo tras una caminata de una hora habíamos arribado al paraíso escondido. La capacidad atlética nos acompañaba, el entusiasmo y la curiosidad eran los aliados de esta pareja de porteños snob en búsqueda de nuevas experiencias. 
El camino comenzó bastante entretenido. Las señales camperas se iban aparenciendo ante nuestros ojos asombrados de las impecables indicaciones que habíamos recibido y lo bien pronosticadas. El laberinto natural se construía con un sinfin de hitos idénticos que ni siquiera les habíamos prestado atención durante la ida, pero que se transformarían en un infierno de señales que la naturaleza nos mostraba acechante para el regreso. Tras sortear unas piedras esféricas, enormes,  algunas del tamaño de una persona, de un metro de altura, infranqueables, lo teníamos de frente.  ¡Qué maravilloso fue el momento al ver delante dos macizos de roca colorada que al erigirse juntos sostenían con orgullo un canal de agua que fluía entre ambos.  La cascada desembocaba en un espejo turquesa tras veinte metros de altura dando un espectáculo magestuoso para quienes pudieran llegarse hasta el lugar. Otra pareja estaba allí y debieron frenar los arumacos cuando cai al grito de ¡mirá qué hermoso! 
La estadía en aquel paraíso oculto resultó bastante breve dada la tormenta que amenzaba avanzando por detrás del macizo "el trono del indio". Un último chapuzón en clavado desde la piedra más alta al espejo turquesa donde decantaba la casacada; una vez más pasar por debajo de la cortina de agua, cuando al levantar la vista lo advirtieron.  El cielo se había puesto completamente negro plomizo, y un viento de polvo se alzaba en ráfagas con olor a tormenta fuerte, de esas que hacen crecer el río y arrasar con pueblos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario