viernes, 19 de enero de 2024

Cinefilia. Variaciones literarias. EL ÁNGEL EXTERMINADOR


En https://cinemundo.com.ar/el-angel-exterminador-1962-luis-bunuel/

 México

EL ÁNGEL EXTERMINADOR (1962)

Luis Buñuel


Abadón


Ingresaron a la mansión y debieron dejar sus abrigos en la habitación del primer piso. Hacia allí se dirigieron uno tras otro, cómo un rebaño de ovejas que responden al estímulo conocido, el de la campanita de la dominante. Bajaron al salón comedor conversando animadamente sobre la obra que habían visto, emitiendo juicios de valor sobre lo que debería hacer esa gente para cambiar su condición de vida. El mayordomo escuchaba estoicamente pensando que con los magros pesos extras que se haría esa noche, por fín podría terminar la habitación de su primogénita que ya tenía 5 años y seguía durmiendo en la cama matrimonial. 

Habían ido al teatro, el espíritu había vuelto pleno de emociones. La obra los había impactado tanto…Hablaba de las injusticias de este mundo que ellos desconocían. Con una copa en la mano, todos estaban de acuerdo en que había que desterrar la pobreza, que no era posible que hubiera chicos que no tenían para comer…No pasaba de la reflexión. La obra de arte no había generado cambios profundos en los espectadores más que comentarios despectivos en relación a la verosimilitud de los hechos que allí se contaban. La culpa siempre estaba en el otro, el mundo está así de corrompido porque nadie respeta a nadie, no hay valores, deberían enseñarse en la escuela, decían interrumpiéndose unos a otros mientras hacían una breve pausa para engullir el canapé que tenían entre los dedos y tomar un sorbo de champaña burbujeante. Tras estas rápidas soluciones a los problemas sociales, volvían a  resaltar el placer del bocadillo que estaba ingresando al recinto. 

Ya no quedaban sirvientes, todos habían partido hacia sus hogares anticipando los acontecimientos que estarían por suceder. Por supuesto que no lo habían hecho con el beneplácito de la dueña de casa que no sabía siquiera hacer una ensalada. Se habían retirado a hurtadillas, porque se rumoreaba que aquella noche la gente saldría a las calles a protestar por las duras condiciones económicas por las cuales transitaban.  Sólo el fiel mayordomo hacía frente a dar el servicio, convencido en que su entrega redituara en su beneficio.

Se sentaron a la mesa estratégicamente, cada uno de ellos sabía con quien no quería cruzar siquiera una mirada. Es posible pasar desapercibido incluso dentro de un grupo no tan numeroso. La necesidad de protagonismo es una de las estrategias que más han entrenado todos ellos. Cuando la ponen en práctica logran hacerse dueños del poder, de la atención y del dinero. El poder de convencimiento es todo y resulta una artimaña eficaz para sobrevivir en ciertos círculos. Así, a fuerza de codazos para emitir un juicio de valor sobre la realidad del mundo, se atragantaron de alcohol y comida, hasta que no quedó nada. Se desternillaron de la risa ante la caída del mayordomo con todo el guisado que terminó en la basura. Brindaron por un mundo mejor y el fin de las guerras. Iba cerrando la velada cuando la anfitriona invitó a su querida amiga, la pianista, a ejecutar el “Cuarteto para el fin de los tiempos”. Lo disfrutaron en silencio, cada uno evaluando el despliegue de interacciones de la noche, sopesando el rédito que habría de depararles la semana entrante, cuando pergeñaran un encuentro casual con la persona conveniente. Elucubrando así futuras traiciones e intrincadas acciones maquiavélicas la performance de la pianista llegó a su fin pero nadie atinó a retirarse. Alguien se animó a citar: la estamos pasando tan bien, podemos quedarnos “hasta que despunte el día y salga el lucero de la mañana en nuestros corazones”.Nadie fue en busca de su bolso y su abrigo así que nadie quería irse. Todos sabían que retirarse en primer término significaba habilitar las habladurías y los chismes así que ninguno de ellos estaba dispuesto al escarnio. Y así se quedaron aquella noche, que terminaron durmiendo tirados por el piso, como animales, todos juntos y revueltos. Sin las comodidades propias de su condición burguesa, la situación en principio carecía de todo decoro, más tarde resultó una tortura.

 A partir de aquella noche y durante una semana fueron presos de  conductas ya conocidas por todos ellos: la abulia, la desazón y la desidia. Se instaló en aquel cuarto la inercia. Ninguno de ellos pudo llevar adelante un cambio, un movimiento liberador una actitud revolucionaria que rompiera con el orden que se había instalado. Eran esclavos de lo mismo que solían criticar. Nadie pudo liderar la solución, abrir la puerta y salir a la calle. El abismo insondable no estaba detrás de la puerta de calle tal como ellos lo intuían. La perdición la constituía aquel grupo infame de burgueses que definían los destinos del resto del mundo. Aquella semana vivieron su propia ruina, la sabiduría de la que tanto se jactaban tener,  trajo consigo el sufrimiento y la pena que le es tributaria. Cual si fuera la rotura del Séptimo sello, un ejército de plagas comandado por el Ángel se desplegó sobre la pequeña comunidad instalada.  

La falta de agua y comida, los ánimos exaltados, la crisis emocional y psíquica de alguno de ellos, la violencia, la pérdida de toda compostura e imagen, la cruda esencia humana, la necesidad se mostraba sin tapujos. Las miserias humanas, violar, golpear, maltratar, robar, matar, fornicar fueron las acciones preferidas por los asistentes a tan notable banquete. 

El castigo por todos sus pecados no les hizo escarmentar ni siquiera tomar conciencia de su accionar diario. Realmente consideraban que eran buenos cristianos dándoles las sobras de sus banquetes a los mendigos que todas las noches revolvían su basura en busca de algo para comer. La reclusión terminó cuando se acercó al lugar Gabriel, uno de los mozos de la casa, quien preocupado por las penurias que debían estar pasando sus patrones, decidió abrir el portón de ingreso y franquear la puerta principal de la posada, con la firme convicción de que aquello era muy extraño y que era irrisorio de que se tratara de una decisión de los allí presentes, por más dinero y títulos honoríficos que tuvieran. 

Las empresas presentan el lock out patronal y el Estado decide frenar la ola de protestas en la ciudad. Las tropas policiales arremeten contra nutridas columnas de manifestantes que se presentan alineados detrás de sus líderes. La represión deja cientos de jóvenes  acribillados.


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