lunes, 5 de septiembre de 2016

Alfonso y el nacimiento de la escritura. En "Disidencias" Concurso literario Municipalidad de La Matanza. 2019




            Alfonso y el nacimiento de la escritura

                              El rey faze un libro non por quel él escriva                                                                                                                                        con sus manos mas porque compone las razones d'él e las emienda et yegua e endereça e muestra la manera de cómo se deven fazer, e desí escrívelas qui él manda. Peró dezimos por esta razón que el rey faze el libro.

                                                                                                               Alfonso X el Sabio, General estoria I, f. 216r.


                 Sentados prolijamente, un día apareció la profesora de Literatura. Radiante de luz con su cabellera rubia y su sonrisa plena. El ignorante de Alfonso no dejaba de hacer chistes racistas e intentaba demostrar todo el tiempo su “conocimiento del mundo”, detallando uno a uno los aeropuertos internacionales. Casi era un juego demostrativo de opulencia y obscenidad gesticulante, donde cada profesor que entraba lo ponía a prueba en el afán de ver si lograban hacerlo errar (aunque ni ellos mismos supieran la respuesta). Un efecto milagroso del poder, ser hijo de la jefa de preceptores, hacía de la escena representada una simulación de un personaje con mundo, con dinero para recorrerlo, con expectativas sobre lo importante. Toda un paradigma aspiracional, una fantochada sobre el conocimiento válido. ¡Lo que puede significar ser parte de las instituciones desde adentro, desde el lugar de aquellos que disponen “qué está bien, qué está mal y cuáles son las reglas del juego”. Unas reglas desconocidas y desacatadas por ella, quien entraba al mundo del burgués más recalcitrante.

              ¡Ella  sí que conocía el mundo!. Con seis años  ya había recorrido la capital de punta a punta y todos los días. Desde que era pequeña tomaba el colectivo que la dejaba a cuadras de su escuela primaria, para llegar muchas veces empapada porque la lluvia la había agarrado en medio del trayecto. Ella, que con su guitarra al hombro (que medía tanto como su estatura) se subía a la bici para ir a tomar sus clases y seguir descubriendo  la sexualidad, el encanto malsano de los hombres mayores, o la cortesía galante del adolescente. Sí,  con seis años podía definir lo que era  un hombre, de lo que era un mamarracho burgués, haciendo gala de su dinero y su mundo de cartografía de cartón manoseado,  para congraciarse y conquistar simpatías.

            Ella conocía el mundo del trabajo, del olor a pegamento de zapatos impregnado en la piel, de los guardapolvos azules manchados de café y Poxirran, de la ropa del barrendero que se la quitaba, apenas  cruzaba la puerta para no contaminar el ambiente familiar. Venía de la escuela denostada, no del Normal, pontificador de los grandes valores educativos de la sociedad. Venía del Nacional, aquel al cual había sido enviada por falta de vacante por aquellos que ahora amenazantes le advertían “mirá que esto no el Nacional 13”. Ese fue el recibimiento cordial y afectuoso de la Institución a la cual quería pertenecer por amor a la educación y las letras. Sabía a qué se refería, a la camaradería de una cerveza compartida en la esquina de la escuela, a las rateadas para filosofar sobre la vida, al sonido de una guitarra entonando “Hubo un tiempo que fui joven, y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños, en cajitas de cristal..”. Seguía guardando sueños, seguía acrecentándolos por las noches. Con sus lecturas viajaba en globo en 80 días, vivía 1001 noches en Arabia y derrotaba molinos de viento que habían llegado a sus manos en pequeñas dosis semanales. Esperaba ansiosamente, todos los martes,  que su papá trajera el fascículo para ver como continuaba la historia de la dulce Duclinea.  Un día, al finalizar las entregas semanales, fueron cocidos a mano, por ella,  encuadernados con la cuerina y el pegamento de la fábrica de zapatos donde trabajaba su mamá. Aquellos fascículos, bellamente  ilustrados, se transformaron en  dos tomos que  pasaron a formar parte de la biblioteca que iba creciendo, igual que ella.

    Todos los meses el  vendedor de libros recorría el barrio.  Desencantado ya de la venta infructuosa, un día, se encontró con la voraz lectora y logró inscribirla en el  Círculo de lectores.   Tomó asiento en el comedor y empezó a sacar ejemplares de lo más variados. Logró vender ese día el Sopena de cinco tomos, (verde militar y letras doradas en el lomo) que se pagó en extensas cuotas durante todo aquel año.  Al finalizar, le siguió una Enciclopedia de animales llena increíbles fotos arrebatas al mundo natural. Y como los años avanzaban, la incansable lectora siguió con dos tomos de mil páginas cada uno de  Las mil y una noches, versión original.  

         Y cuando la profesora cruzó la puerta, sabía, lo presentía,  había hecho contacto y sabía que quería ser cuando creciera. Un universo conocido se puso en palabras, la profesora dio una consigna de escritura.  Tras la lectura del primer capítulo del Quijote que había que traer leído, quiero que continúen la historia, pero escribiendo a la manera de Miguel de Cervantes Saavedra, dijo. Escritura automática, inspiración, conocimiento previo. La resolución de la tarea le salió naturalmente. El reconocimiento le  llegó validado de la mano de la autoridad. Alfonso debió retorcerse de furia. 

        La profesora logró rápidamente travestir el universo de máscaras malogradas. Tomó las riendas del discurso y puso límites a las divas pervertidas de opulencia. No festejó la sabiduría de nuestro Alfonso. Había quedado en evidencia cuáles eran los saberes importantes de ser validados  y de su mano ella sabía lo que nunca querría ser: aquel que  no podía ponerse en el lugar del otro,  ni jugar la aventura de cambiar  “el traje del emperador” o pasar de rey a mendigo. Ella quería  interpretar la  aventura del loco, del excluido, del que busca en los molinos de vientos la lucha contra el sistema.



                                                            

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