Diario de la Profe.
Corriendo como todas las mañanas, intentando dar el ejemplo
y no cargar con mi estrés de culpa el inicio de la clase entré en 5° 2° para
encontrar una media docena de caras semifrecuentes entre la veintena que debería
estar allí para disfrutar del “encuentro”. Siempre entro recalcando la alegría volver
a verlos tras semanas de paros, ausentismo docente por enfermedad, otras cuestiones
burocráticas ajenas a la responsabilidad docente y siempre recibo de ellos un “¡y
si usted no vino!. Tras ese hermoso recibimiento abrimos libros y carpetas para
ver dónde habíamos dejado y descubro que siempre fue mucho más el recuerdo de
la clase en la que habíamos discutido “Cabecita negra” o la lectura
antiperonista de “Casa tomada” que lo que había quedado plasmado en la carpeta.
Pregunto si pudieron hacer el relato recuperando el concepto del “cabecita
negra” y vuelven a surgir las historias de discriminación, el uso del término
negro de m…
Ahora… ¿qué pasa? Pudimos hablar mucho al respecto, pudimos
dar ideas de cómo comenzar un relato, pudimos establecer los narradores,
pudimos desterrar el prejuicio de que la narrativa puede basarse en un yo, pero
principalmente no debemos pensar que “Ese es yo”. Siempre insisto en el
concepto de que al igual que otras materias el conocimiento lo tienen ellos, lo
expresan lo cual no quiere decir que “sean ellos”. Obviamente es inevitable, la
resistencia parte de la lectura de textos que los atraviesan directamente, que
los interpela y vinculan con la propia vida. Los textos les pregunta quiénes son, por qué les tocó
vivir esa realidad. Es la imposibilidad de la escritura de Semprúm, es “escribir o vivir”. Encontrar
como Barthes que uno escribe por aburrimiento o para no agarrar una pala y
cavar su propia fosa es una tarea no del todo sencilla cuando el mundo se
presenta como un lugar inhóspito ante el cual la “escritura del yo” es una
válvula de escape acerada, replegada y oculta para evitar sucesivas perturbaciones
o liberaciones inservibles, que no pueden modificar las condiciones materiales,
sociales, emocionales de esos jóvenes. La consigna muchas veces queda
irresoluta, se resuelve grupalmente o empecemos a “flashear chicos” : “se puede
vivir sin pensar…” termina el cuento de Cortázar y yo lo planteo como pregunta. Automáticamente salen
las disertaciones más elocuentes, ahora, frente al “Cabecita negra”, frente al “Gato
negro” , la cosa se pone más difícil. Está en juego ¿¡quién soy!?. Comienzan las preguntas:
¿está bien cómo voy, puedo poner así, me lo lee, risas, comentarios grupales
pero no hay escritura…? Como dice Arfuch, “todo relato de la experiencia es (…)
expresión de una época, de un grupo, de una generación, de una clase, de una
narrativa común de identidad” (2002: 79). Una identidad que en este caso entra
en desasosiego y le cuesta distanciarse
para poder narrar lo que conoce y de aquello que está muy distante, le cuesta
encontrar las palabras para representar lo que desconoce.
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