jueves, 28 de septiembre de 2023

Mi muñequita

 




¡Ay, qué linda está mi chiquita… parece una muñequita! Desde que había nacido escuchaba diariamente decir la misma frase, algunas veces aditivada con “¡es una princesa!”. Años de infancia coleccionando las Barbies que la traía su abuelita. La muñeca más cara y la que todas las nenas querían no faltaba en su habitación. La tenía en todas las versiones. La Barbie deportiva venía con todo el atuendo necesario para asistir al gimnasio. Tenía una mini botellita de agua, con su toalla correspondiente colgada al cuello, las mancuernas para ejercitar los bíceps, y el Ken haciendo juego. . Ahora, ya adolescente, pensaba que no había forma de que el masculino muchacho tuviera aquellos tubos sin ir al gym. Le encantaba y no estaba dispuesta a iniciar un noviazgo con un chico que no se cuidara.  El modelo fashionista venía provisto de un pequeño caniche con su porta perro, que resultaba ser una bolsa de una marca muy cara, en la cual el pequeño adefesio iba asomando la cabeza.  Por supuesto, la joven se presentaba con sus lentes oscuras y el típico pelo platinado con ondas. Aquella tarde More se calzó los patines color rosa chicle que le habían regalado para sus 15 y encaró hacia el paseo de la costanera. No era Ocean Drive, pero no tenía muchas opciones. 

Vivía en Avellaneda y era lo más cercano y parecido que tenía para sentirse aquella muñequita que había sido siempre. Apenas subió al colectivo, las miradas se posaron en la estridente adolescente que tras una cirugía de busto ya ostentaba, (para la salivación perversa de los viejos verdes) unos juguetones pechos 110 que miraban al horizonte. Se las había pedido a su papá. Acordáte de todas las veces que dijiste que venías a mi cumpleaños y me dejaste esperándote. Ahora, ¡sólo una cosa te pido y no me la vas a dar! Berrinchaba la joven intentando forzar la decisión del progenitor culposo, que nunca había sido un padre presente, ni ausente, nunca había sido un padre. Había puesto la guita que le pedía el cirujano de las famosas y se quería matar cuando su princesita apareció con dos terribles globos que se expandían sobre aquel cuerpo poco armonioso de su hija. Para sus adentros, pensaba el padre, ¡antes que agregarte gomas deberías bajar de peso! La piba no era lo esperable para el modelo esmirriadito de la muñequita que había admirado toda la infancia. Aquello la perturbaba y era una necesidad que vivía diariamente como un trauma. Se miraba al espejo a cada rato, metía la panza, chupaba los mofletes hacia adentro para ver cómo sería si no tuviera esa cara de galleta con la que había nacido. Su madre, que desde chiquita la había llevado al pediatra, fue recorriendo las otras especialidades médicas que pudieran atender una curva de crecimiento que no era saludable para la niña. Así pasó, del pediatra al nutricionista, de allí al endocrinólogo, finalmente el psicólogo, un día el psiquiatra. El derrotero de profesionales que indicaban distintos tratamientos para atender la obesidad no se agotaba. En un momento, llegó el cansancio. Muchos años de restricciones, de comer a escondidas, de fracasos. La balanza siempre iba sumando kilos, gramos, a un espíritu obsesionado con una estética macabra. A los seis años soñaba con que sus cortitas piernas regordetas se alargaran como las de su muñeca. 

Un Kevin se le acercó empatizando con su look Barbie y la invitó a frecuentar su grupo de amigos. Allí conoció un médico que según afirmaba todo el círculo hacía maravillas. Ya no vas a tener que preocuparte por esos kilitos, el Doc te saca toda la grasa de la panza y te la pone en la cola, le decía su reciente amigo. Fue así que al finalizar aquel año, tras largas discusiones con su familia tratando de hacerles entender que ella quería estar bien; que se sentía muy mal en ese cuerpo; que la ciencia y la medicina está para ayudar a la gente; logró juntar el dinero para hacerse la operación. More concurrió al médico de confianza, quien practicó la maravillosa técnica que lograba quedar como una "muñequita". 

Fue su anciano padre el encargado de los trámites de exhumación y el horror lo acompañó hasta el fin de sus días. No podía olvidar las bolsas plásticas que asomaban desde el cajón desecho y delineaban la figura de lo que había sido su princesita. 

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