martes, 15 de diciembre de 2020

Rebelión de la mantequilla

 



 

No te conozco. De hecho, desconozco esa manera brutal que tenés para decir que no en lugar de dar vueltas sutilmente la situación y amorosamente expresar que no, prolijo, esmerado y armonioso.

La acidez me está matando. Ya no tolero la interna desazón diaria de ver el día a día transcurrir idénticos como flojas sensaciones de descarte.

Es la noche que se acerca, para anunciar la vida que se agota, melindrosa y obstinada; es el día que no dio tregua y dejó que me olvidara de vivir, de sentir. Decir. Tu mirada maliciosa que se cuela entre la pérdida de la dignidad y el aburrimiento. ¿En qué pasamos los días? Dice Thoreau. En qué desperdiciamos esta vida que no tiene más destino que ser vivida. Cuesta tanto entender que vivir implica el compromiso de no esperar nada a cuenta, sino simplemente transitar quedadamente, respirando hondo para que el aire no falte, observando lo bello que nos rodea y sintiendo el dolor de los músculos ejercitados por el hacer, el sol calentándonos. Desconozco.

Ves que no te importa nada. Seguís en tu máquina editando el paso de los días, centrado en lo que "es importante", total el problema es ajeno; la depresiva soy yo. Como si fuera una categoría dentro de la cual clasificamos los sanos de los locos, los confiables y racionales de los que "están aburridos" ... Como si el tedio no fuera la enfermedad y sí un estado elegido.

                                                                                    Walden

 

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