lunes, 14 de diciembre de 2020

Un calendario ajetreado.

 



Como todos los años el calendario escolar se fija por Resolución ministerial los últimos días del ciclo anterior, anticipando las acciones estatutarias y recreativas del personal docente para el próximo ciclo lectivo que da inicio los primeros días de marzo, de manera formal. Como es de público conocimiento a mediados de marzo los calendarios establecidos comienzan a flexibilizarse para todos los que “luchan y combaten” las medidas presupuestarias de ajuste de todos los gobiernos de turno. Es el momento en que la docencia argentina es protagonista y empezamos a encabezar todos los diarios y noticias en todos los noticieros de aire, en todas sus tandas horarias con el mismo slogan: ¿cuándo empiezan las clases? El punto es cuando el famoso calendario escolar, cuya notificación fehaciente es responsabilidad de la directora, no define claramente cuál es la fecha de reintegrarse a las actividades en la escuela.  Todos sabemos que acabados los 30/40 días que marca el estatuto se acabaron las queridas vacaciones. ¿Qué pasa cuando la Directora no se toma el trabajo de contar exactamente los días y en un acto casi inconsciente se equivoca y con una naturalidad obscena da por sentado que las vacaciones continúan una semana más de lo correspondiente?  Nuestra querida Sra. Directora, personaje en cuestión, en un acto de arrojo, en un intento casi suicida de dar vueltas las reglas y pervertir las normas, hace caso omiso a las fechas y simpáticamente saca un pasaje un diez de febrero. ¿Cómo justificará esta estricta directora matancera, cuyo nombre no develaremos por razones de pudor, que durante años se dedicó a esgrimir la vara de la justicia diciendo que “como el común de los mortales, en cualquier trabajo, las vacaciones estaban determinadas cuando sus empleadores las avalaban y no cuando querían los empleados”? Tuvo que comerse sus palabras dado que, por error, descuido, o distracción la infracción a la regla la había cometido. ¡Diez de febrero, a la escuela! Contrario al vox populi promocionado por los medios, los tres meses de vacaciones no resultaban tales.  Aunque consideremos merecidamente ganados, esta práctica había quedado en la historia de muchas décadas atrás.  ¡Debería exigirse en un decreto repositorio de los derechos vulnerados de los trabajadores de la educación!

No pasaba un año en que la curiosa directora advirtiera a su personal que “las vacaciones son en enero, que debían ser utilizadas en ese período”. El “gordo” había logrado que a partir de las paritarias se cambiara la ley, por lo tanto, quien se viera interrumpidas sus vacaciones con una licencia médica podría continuar dicho período de descanso a la finalización del reposo por enfermedad. ¡Zas!¡ Comenzaron a caer todos enfermos en enero!

Otras de las situaciones que podían presentarse era la típica: “no nos notificamos en diciembre de qué fecha había que presentarse en febrero”. En esta categoría de excusas desfilaban una buena parte de la docencia bonaerense que estatuto bajo el brazo conocía al dedillo los artículos que hablaban sobre los derechos de los trabajadores de la educación y que desconocían abiertamente los días hábiles a contar como vacaciones para el personal docente según la antigüedad que tuvieran.

Allí también el diablo metía la cola… años de prácticas instaladas hacían de los cuarenta días un derecho adquirido hasta por las nóveles maestras recién recibidas. La amenaza incumplible de que “se las puede convocar al finalizar sus treinta días de vacaciones” era irrealizable considerando que la esmerada directora no pensaba ni loca dejar atrás el verde y las cálidas aguas cristalinas para ponerse a trabajar con aquellos que deberían reintegrarse.

“Entendí mal” siempre logra llegar a la conciliación evitando los enfrentamientos innecesarios con la térmica escolar a 40°. “Perdón, pensé que nos reintegrábamos la semana próxima… no tenía señal… me robaron el celular… “: todas estrategias para alargar la vida de ocio unos días más.

Bueno hasta ahora lo habitual, ahora qué pasa cuando el calendario de feriados nacionales te juega una mala pasada y aún no entiende la desmerecida directora ¿por qué los carnavales que el año anterior habían sido en febrero este año son en marzo? No pretendamos justificar, una excusa más que se suma a la consabida frase “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago” 

                                                                                                 

 

"La vida como oxímoron" Secretaría de Estado d la Mujer de Tucumán.

 




La vida como oxímoron

Desde la eternidad de los tiempos miro la desazón y el desencanto pegajoso del dulce aguachento del vino rebajado, de tu luz apagada bajo el minipam quemado. Es mi encanto nostálgico que no quiere hacerse fuerte ni acabar con la tristeza porque no habría otro signo de aquella quien desprecia la vida por simple ocio. Es la quietud del cuerpo que adormece el alma y lo lleva a los infiernos de las aparentes alegrías infames, de la imagen de los dones inservibles. Pensar el qué, el cómo el por qué para llegar a la nada y el tormento de la locuaz mudez que me taladra obligándome a pensar en exageraciones contradictorias. La vida como oxímoron y la hipérbole como filosofía.

Infame la hipérbole reclamó su espacio: ni una sola mujer en la tierra podría explicar lo qué es ser mujer. Ese encanto lleno de imperfecciones hace de ella sublime ejemplo de la precariedad del hombre...

Los tres puntos atormentan para intentar sostener lo aparente, esa profundidad de manual de ortografía decimonónico que dejó las reglas en las postrimerías de la poesía. Novalis se mi musa insospechada, desconocida y olvidada. La doble abstracción es un vicio enajenante y narcótico. Lindo encuentro el de la soledad, la juventud de la mediana edad y la belleza reunida en una noche de ironías.  Aquel más amado se encuentra en un espacio ridículo descentrado del deseo y aliado con la impotencia. Aquí estamos yo y yo esperándome. En busca del tiempo perdido te dirán los amantes del afanoso intelectualismo vejestorio. Aquí te digo yo. Aquí conmigo y sin ánimo de sorprenderte, rotunda aliada del mal.

Anáfora inútil de tu nombre reiteradamente obsesivo que me atormenta y me desangra.           

Googlear la Nada.

 



 

Ya no espero nada, sólo salir, asombrarme a la vida y despertarme de este letargo. Día a día abro las redes, busco en Dios Google la sorpresa, el encanto de que aparezca algo que venga a descubrir lo desconocido. No encuentro nada, nada me interesa y sigo haciendo el esfuerzo de tildarme frente a la pantalla como un autómata, buscando algo, la novedad, algo en que interesar la mente, el cuerpo el sentimiento. Cuando no existía internet, las personas vivíamos igual, transitando y charlando con otros una receta, cómo cuidar esa planta, una dieta, o cómo hacer un trámite. Ya nada se pregunta, todo se googlea. No importa la palabra del profesor, importa qué dice google, no importa ni siquiera mi propio pensamiento sino qué se dice en internet al respecto. Sigo buscando y cada vez el tiempo se alarga más porque más tiempo demanda encontrar la nada. Termina el día de búsqueda para el día siguiente pensar que algo me olvidé de buscar... ¿buscar para encontrar qué? La Nada.

                                                                                  Fanzine

Diario éxtimo




 

Sabés lo que me esfuerzo en ser ese amor entregado, que te recibe con la concreción de tus fantasías pero que no sabe cuáles son las propias, que no puede pedir aquello que desconoce, que a lo máximo se anima a tocarse en soledad para reafirmar el sentimiento de estar sólo y ser autosuficiente. Sabés la exigencia que es despertar todas las mañanas tratando de estar contento de haber despertado y no sufriendo el estar vivo para hacer una y otra vez las mismas cosas: llenar la pava, tomar mate, salir corriendo, cumplir obligaciones, volver para mirar la tele y el único momento de satisfacción y plenitud completa es encontrarme con tu piel, respirar hondo una y mil veces, sentir que la respiración me hunde en una fusión plena en tu cuerpo, en la paz absoluta, en la sensación de muerte plena que recobro todas las noches para volver al despertar diario. Te miro te busco, te encuentro, te siento. Te palpito, te aspiro, te respiro, te huelo, te transito, te recorro, te imagino. Te modelo, te acaricio y te amasijo. Te rasco, te araño, te mordisco. Te marco, te alejo, te reprimo. Te reprendo, te celo, te olvido. Te admiro, te deseo, te envidio. Te escucho, te tolero, te observo, te oteo y relojeo mis miradas en tus pupilas me encierro.

 Conmigo cogés, con ellos reís, con él pensás, con todos creás, con otros compartís, con aquellos soñás, con los mismos dialogás, con éstos discutís, siempre disfrutás y solo a mi lado vivís.

 

                                       

¿De qué tienes hambre?

 



 

Hoy es un buen día de aceptación. Poner el cuerpo en acción a sabiendas de que no importa los kilos que acuse recibo la balanza hay un objetivo que trasciende: actuar, pensar, sentir, estar en paz. En ese orden del sentido abismal del tiempo se acerca los no límites, el fin más lejano, el presente. El presente como un eterno pasado irremediable es un carcelero claustrofóbico: pretende congelar lo mismo que lo encapsula. La cabeza vuela, se va de viaje y el Ulises queda cada vez más inconcluso. Días de verano para ejercitarse, dormir, comer tranquilo, leer y sentir.  Año a año mejorar la propuesta de verano y no caer, no abandonarse a la muerte próxima, la primera, la del alma enajenada. Tengo hambre de sueños, de lucha de posesión. tengo hambre de deseo, de curiosidad, de encanto, de esperanza. Tengo la fuerza del derrotado por la hipocresía, la mochila el deber ser y las profecías autocumplidas. Tengo legados, tengo regalos. El mayor regalo: la soledad de los ausentes.

La depresión se oculta, la locura se oculta, los malos pensamientos se ocultan la miseria humana y los bajos instintos se ocultan. Todo lo que remite a ser humano debe ser escondido bajo la escalera, en el cuartito de los cachivaches. ¿Cómo estás? y respuesta automática, todos estamos bien, rebien, y el Facebook nos muestra siempre alegres, plenos, llenos de amor y compañía. Automatizados para estar bien y cualquier otra manifestación responde al orden de lo anormal o preocupante entonces salen los comentarios, ¿qué te pasó? Nada pasó, la vida misma pasa llena de muchos más matices que estar siempre pleno y maravillosamente feliz.

                                                                                           Hamsun

 


Dolor del alma que no se pasa.

 



El sonido del despertador determinó el momento exacto en que debía abandonar las sábanas para dejar atrás toda una noche de pesadillas elaboradas cada quince días. Era una mañana más en que debía enfrentarme a la cara más dura de esta realidad cuarentenada. El esperado bolsón de alimentos constituía un factor determinante en la subsistencia de mis alumnos: los nenes que todas las mañanas me saludaban con un beso, y se agarraban fuertemente mi cadera dejando los restos de hollín de la quema del campo en el guardapolvo impecable de la seño. Por estos días la distancia era la cura, el aislamiento la salvación y cualquier interacción por mínima que fuera constituía una amenaza.

Desperté, por suerte sin tener las visiones pandémicas que me habían atormentado toda la noche para pasar a sentir palpitaciones, el corazón que latía a un ritmo desconocido frente al temor del encuentro, el orden en la fila, cómo mantener la distancia social, cómo lograr que todos los bolsones tuvieran la misma mercadería, cómo pensar en cómo harán las “chicas”, “sus maestras” para llegar a semejante compromiso con la tarea asignada por ilusión u omisión. La docencia argentina al frente de la catástrofe poniéndole el cuerpo. ¿Tendrán el permiso de circulación? ¿podrán viajar, habrá colectivos, lograrán cuidarse en el tránsito de sus hogares hasta González Catán? Pesadillas figuradas, prevenidas, sopesadas, alimentadas de incertidumbre que me dejaban respirar.  Como Directora de la escuela llevaba sobre mis hombros una responsabilidad indelegable, cuidar a todos mis seres queridos: la familia, mis docentes, mis alumnos, mis padres. Agarré el auto y salí a una calle relativamente vacía, vacía de vida, de proyectos, de sueños, de trabajo. Muerte se respiraba en las esquinas. Patrullas amenazantes y aún con mis cincuenta años el miedo latente a la cana sebsistía, a que te paren y te hagan “bailar”, o te hagan sentir el poder que les da rodearte para hacer las preguntas más obvias.

Agarré el barbijo. Días atrás mi esposo se había recibido de diseñador exclusivo de barbijos personalizados. Había tenido que cortar un par de remeras viejas, porque al ser de algodón las podríamos lavar; buscar un tutorial sobre confección de barbijos, sacar la máquina de coser, probar y darles unas puntadas extras en los bordes para no dejar que pase nada. En fin, la protección recomendada para esa semana estaba lista. ¡Pero la semana pasada entregué los bolsones sin barbijo! Habían pasado quince días desde aquella oportunidad y no había sintomatología que advirtiera un probable Covid. Calzado el barbijo sobre la nariz, anudado a la nuca, la maraña de pelo que me llegaba a la cintura al rato se había transformado en un verdadero nudo imposible de desarmar.

Tomé Ruta 3 y vi que aún el Hospital no estaba en pleno funcionamiento. Un hospital que ya tenía varias inauguraciones, más que la de los enfermos que a la fecha había recibido. Rezaba porque se pudiera contar con camas en el caso de que las necesitara para mi, para mis alumnos que no tienen obra social…. Eso esperaba, mientras escuchaba en la radio religiosamente a diario la cantidad de muertes de la jornada.

Doblar en la ruta implicaba  internarse en territorio violento. La basura sobre el boulevard que divide la avenida infunde tristeza y desolación siempre. Ahora, en tiempos de pandemia y viendo como riegan veredas en la capital, hacen duchitas para autos en el ingreso a la capital, y allí dejan crecer la desidia, la enfermedad de siempre, la ignorancia de los pobres y hacia el pobre. Conurbano profundo dicen algunos… qué tan profundo puede ser un trayecto que desde la General Paz a Calderón de la Barca le había llevado treinta minutos. ¡Tan profundo no es! Profundo es el olvido y la banalidad.

Mientras manejaba hacia la escuela me recrudecía el dolor en el pecho, palpitaciones intensas advertían lo esperado, aquello que a pesar del tiempo en que no había ido por el barrio de la escuela debido a la cuarentena que no había cambiado.  Al doblar la esquina el escenario exagerado: los autos quemados, la pila de basura en la vereda de la escuela, en la esquina, los pastizales quemándose y la pobreza hecha cara en la fila de mujeres reclamando ayuda.

Bajé inmediatamente del auto. Ansiosamente busqué las listas de entrega del bolsón y me puse rápidamente a organizar el armado y entrega. Las listas constituían una herramienta más de la perversión que tiene enquistada a la gente de los barrios vulnerables. Durante el año la población matancera en general manda a sus hijos a la escuela pública que en su gran mayoría cuenta con comedor escolar al cual acceden por la simple manifestación de requerir la necesidad del mismo. Nunca el recurso que el estado distribuye a tales fines abarca la matrícula total de la escuela. ¿Por qué habría de ser distinto en épocas de pandemia? Cuestión que yo, la Directora, personaje en cuestión, tuvo que determinar junto a su equipo docente, quiénes sería los beneficiarios de las seiscientas bolsas de comida a distribuir entre los setecientos cincuenta alumnos que tiene en la escuela. Yo… la Sra. Directora, que no podía lidiar con el dolor diario de ver siempre las mismas problemáticas prácticamente irresolutas, yo que a diario me golpeaba contra la burocracia administrativa e intentaba dar de comer a 700 con raciones para 300 ahí estaba, definiendo la vida de aquellos que más necesitaban.

Pensado, sopesado, reflexionado, debatido y decidido, bajé del auto, lista en mano, barbijo colocado, chorreante la espalda de transpiración, los lentes nublados por el barbijo, los pelos hechos un nudo, el alcohol que llevaba de mi casa en las manos para ir distribuyendo y empezé a delegar las tareas. ¿Te animás a notificar a los padres que se presentan? ¿Vos querés hacer la entrega del bolsón? Una artimaña de estrategias ideadas para lograr que ciento cincuenta personas no se quedaran sin su alimento. ¡Si a vos te discuten que no están en la lista ponélos igual y después veremos cómo hacemos si nos falta mercadería! ¡Nosotros no podemos medir el hambre de nadie!

El comedor de la escuela se transformó en las primeras entregas en un supermercado donde cada persona pasaba con su changuito o bolsa y cargaba la cantidad de mercadería que habían dispuesto las autoridades gubernamentales. La gente seguía llegando y el aceite iba escaseando… ¡fatal error… no todas las botellas tenían el mismo tamaño… nunca alcanzaría así! Las entregas siguientes se controló con mayor detalle los productos y cuántos correspondían por cada bolsón. La docencia argentina estaba poniendo en práctica sus conocimientos de matemática, administración y logística. Había que recibir la mercadería, controlar que se hubiera descargado desde 1.800 leches hasta 3.600 alfajores. Luego determinar si eran todos los paquetes del mismo tamaño. Disponer un circuito para mantener la distancia entre los trabajadores de la educación y empezar a colocar o hacer colocar la mercadería en las bolsas tratando de ser lo más ágiles posibles a efectos de terminar la tarea habiendo estado el menor tiempo posible en el lugar expuestos a la colectividad. Trabajo en serie, cada uno de los docentes pone un producto en la débil bolsa que tenemos para embolsar, otros la trasladan con mucho cuidado de que no se rompa hasta la puerta. Fuimos como colectivo docente con nuestra fortaleza cómo logramos subsanar la falta de todo: barbijos, alcohol en gel, máscaras, etc. En una de las entregas recibí unas máscaras, muy prácticas parecían, pero había que leer un instructivo para armarlas, mientras la fila de padres crecía ansiosos de llevarse lo que le habían prometido a ellos y aquellos a sus hijos.

Las mamás se agolpaban para ver estaban en el listado y el temor al contagio no se olvidaba. Mantener la distancia implicaba correrse, decirle a la señora que por favor mantenga la distancia. Al instante, presa de la preocupación la madre se acercaba nuevamente para confirmar ella con sus propios ojos que no estaba en el listado y que en esta oportunidad no podía contar con la ayuda tan esperada.

El cordón de la vereda exudaba los cloacales de la cuadra, de todas las casas que a falta de pozo ciego desechan todas las aguas hacia la calle. Épocas en que el zanjón venía a resolver la falta de cloacas. La mamá de Micaela contenta y agradecida porque hoy iba a poder hacer unos ñoquis y un bizcochuelo para su familia intentó sortear el río de aguas servidas con tanta mala suerte que la bolsa que el proveedor había dejado para el armado de bolsones se le rompió y los huevos, la harina, el aceite, en fin, las bendiciones que tanto nos había prodigado resultaron un mar de insultos procaces. ¡Venga señora, lleve de vuelta!

Los cartones de desecho se apilaban en la puerta esperando a Don Horacio que, con su carro tracción a sangre, la suya, los apilara para vender a cincuenta centavos el kilo. ¿Cómo le pagarían un kilo si ya no sirve más la moneda de cincuenta centésimos? Don Horacio logró cargar todo en varios viajes logrando así su pequeño ingreso y nuestro mayor agradecimiento.

Un padre se presentó a retirar el bolsón para sus hijos. Al rato una señora se presenta para retirar los bolsones de los mismos niños.

¡Ya se lo llevó el papá!

¡Ese hijo de puta, señorita… usted no sabe… ahora va y lo vende para chupar… ni siquiera se lo lleva a sus hijos… no vive más con nosotros!

La pandemia recrudece y con ella las miserias, la pobreza, la violencia. Finalizada la entrega miré a mis maestros, esos que allí estaban habían elegido ser docentes. Mientras manejaba pensaba en todo lo vivido.

“Ser docente” se reconoce desde el primer juego simbólico, desde el primer día en que le indicaste a tu compañera de juego cómo debía hacer las cosas, desde el día que asumiste el mandato paterno y no quedó lugar a dudas; desde que te rebelaste ante lo superfluo, ante la prolijidad y la paquetería del cuaderno, Rivadavia y sus agujeros, tinta corrida por la ausencia del diestro. Ser docente desde que supiste inmediatamente que lo importante y realmente valioso no estaba en lo que los otros ven y valoran sino en lo que hay para decir, hacer, desde adentro. Docente, te enseñaron a defenderte, a tener sentido de justicia y orgullo, a enfrentar el juicio de tilingos advenedizos, a superar "lo nuevo". Maestra, magnánima y sin rencores entiende todo, supera y espera el tiempo. Maestra que en dos ruedas pedaleaste contra viento y tormentosos días en la villa, derrotero. Maestra matancera, donde quedan tantos sueños, tanta vida, tantos duelos.  Docente cuando decidiste regalar tu tiempo, lograr una sonrisa, salir a flote justo en ese momento. Docente que busca por conventillos inciertos aquel analfabeto que no da con el derecho. Maestra siempre, tras tantos caminos, que el desconcierto abunda en lo que es verdadero. ¡Maestra se siente!

Se me escapó un lagrimón y cuando llegué a casa pisé el felpudo sanitizante con el barbijo empapado, la ropa pegada al cuerpo a pesar de los tres grados que hizo a la mañana, rápidamente me desinfecté, me lavé las manos, cara, fosas nasales, planché el barbijo, me saqué la ropa y me bañé y así progresivamente volví a ser lo que no era.

 Dolor del cuerpo, cargar bolsones, dolor del alma que no se pasa…

 

 

 

Zoe


 

ZOE. 

La profesora se presentó el primer día de clases y por suerte no tuvo la feliz ocurrencia de pasar lista. Estaba más interesada en conocer a sus alumnos, intercambiar opiniones sobre la materia, establecer el vínculo.  La clase estaba invadida por el griterío y las vociferaciones adolescentes. Entre el tumulto y la ansiedad, la dulzura de una voz luchaba por hacerse oír, buscaba afianzarse entre sus pares. La profesora la escuchó con atención, hizo callar las burlas y dio el espacio para que esa voz tímida pero decidida estallara.  Dio la palabra invitando a que Zoe expresara sus ideas frente al texto que venían trabajando. Sus observaciones inteligentes, articuladas y finamente expresadas, daban cuenta del esmero por elegir la palabra, de la amorosidad y cuidado que le prestaba a la expresión. 

¡Qué maravillosas eran las clases con su participación! Su nombre estaba signado por la vida que intentaba dar lucha a través de la fémina: preguntona, ocurrente, descarada y crítica, carraspeaba de vez en cuando para aclararse la voz. Su transitar tosco y su voz ronca lograba imponerse frente a las burlas que lograba desarticular luchando por vivir. La profesora la invitaba a dar su opinión, valorándola por sobre las demás. Aquella que desgarrando el griterío peleaba por un lugar en el aula día a día progresaba en sus estudios destacándose, diciendo a gritos ¡soy diferente porque me esfuerzo, porque me interesa estudiar, porque quiero hacer gala de esta diferencia. En su afán de destacarse, ocurrió en varias oportunidades que esta lucha por la palabra hacía que valorada en su expresión se tornara un monólogo. Zoe, apropiada del poder decir no dejaba lugar a nadie más. Se percibía en la clase un clima de tolerancia hipócrita. “Dejarla hablar”  era la consigna que el resto de la clase acataba cómodamente para no tener que comprometerse con el aprendizaje y seguir con el alma esclavos del celular. Esa tensión se transformó terminó en trompadas. No hubo forma de hacerla callar cuando uno de sus compañeros pasó de las risas solapadas y el comentario por lo bajo a un chiste de tono sexual que desencadenó una risotada interminable. Ella se levantó, erguida en su metro ochenta y se dirigió determinante hacia Lucas que no paraba de reír, desencajándole la mandíbula con un cross que nos dejó perplejos. Fue la profesora quien tuvo que separar a los litigantes, dar lugar al derecho, escuchar el reclamo y sostener con argumentos válidos que la convivencia es lo importante para un mundo más justo, que no somos todos iguales, tuvo que demostrar efectivamente en cuánto nos parecemos y en cuánto somos distintos por ser personas únicas. 

 

Llegaron los cierres de notas y ese sí fue el fatídico día en que la profesora, distraída del mundo, absorbida en su tarea, ajena a la realidad pasa lista y llega a Jorge Gómez.

– ¿Quién es Jorge?, ¡ay chicos, vamos tengo que cerrar notas! ¿Quién es Jorge?

-¡Profe, Jorge es Zoe!

La profesora descubrió que aún tenía mucho por aprender a pesar de sus palabras convenientes frente a los conflictos, que ella a pesar de seguir preocupada con el tema debía repasar, repensar y medir sus palabras frente a los hechos, qué debía estar mucho más atenta en el respeto a la diversidad porque una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos. 

La estupidez humana no tiene límites cuando el acto idiota, reiterativo y solemne de pasar lista se vuelve a repetir en el siguiente trimestre.

 

jueves, 29 de octubre de 2020

MENOS-PAUSICA



Encontrar la pausa para encontrarse. La necesidad de dar vida se concentra en actividades de producción: cuidar la vida de las plantas, disfrutar del nacimiento del fruto o la flor. Ver a los paridos crecidos, a los criados victoriosos y el transcurrir de los días vertiginosos, como si el tiempo se quedara detenido en la sensación de un eterno presente que se revela como pasado cuando el ciclo biológico lo indica. Como una sorpresa, en random, llega la noticia de que ya no existe la posibilidad de "dar vida". Subrepticia se presenta, con el paquete de apósitos sin abrir y el dispositivo uterino estrenado. Irónicamente, el método anticonceptivo fue colocado e inmediatamente la natura dijo basta. Dejar atrás los restos de una matriz gestante para esperar melancólicamente la aparición del folículo expulsado. Elegir la alegría de una nueva etapa, una madurez impuesta en un cuerpo que reclama adolecer de tiempo, de pausas menorréicas. 

La escuela disléxica




 En la escuela disléxica te pueden otorgar un premio a la calidad educativa con errores de ortografía. Todos dirán que uno es un purista imbécil, que se anda fijando en esas cosas, pero yo sostengo con convicción que el detalle resume el estado de cuestión. El sistema educativo está plagado de ausencias de lecturas. Tómese por caso la situación administrativa del movimiento anual docente. Fijada la norma a través de una resolución que pauta estrictamente las condiciones para acceder al derecho laboral de mover tu lugar de trabajo, equivocan la dirección del mail al cual se debe gestionar tan importante decisión. Nuevamente, llamadlo error de tipeo, la falta de una letra obstruye la posibilidad de mejorar tus condiciones de vida. La falta de una letra puede constituirse en la anulación completa del desarrollo personal. 
La maestra corrije a diario los errores que ella misma no advierte en sí. Una maestra de la cual reservaremos su identidad, trazó un exagerado EXELENTE en medio de la hoja de su alumna de quinto grado, con tanta mala suerte que su mamá, la maestra de sexto, corrió a mostrar la ridícula corrección a todo el plantel docente que se burlaba abiertamente de la novelísima docente aún no recibida. La falta de una letra puede sesgar la autoestima de cualquiera. 
En otra oportunidad, otra docente, bajo la mirada de la primera, coloca MB 10 a las cuentas que estaban todas mal. Fue el momento de resarcimiento para el orgullo herido de aquella. La falta de lectura puede marcar un destino. 
En las instituciones pocas veces se recurre a la lectura, todo se comenta, nadie recurre a la fuente, cuando se repara en la letra escrita está equivocada o nadie se compromete en una lectura comprensiva y con autoridad dice lo que la letra escrita no puede decir. 
En la escuela disléxica la palabra no nombra, se exhibe y la escritura se anonimia en la oralidad. 

martes, 13 de octubre de 2020

Premio Itaú de Cuento Digital. Qillqa


QILLQA

Hubo un tiempo en que el sol se refleja en las piedras tornasoladas, grises con sus vetas blancas y anunciaban los tesoros que escondían sus entrañas. Vetas que denunciaban un pasado, el mundo cercano en el cual los árboles constituían la presencia oportuna de los tiempos. Ella transitaba este vergel, acompañada de los fieles testigos del deseo: los árboles quienes dejaban entrar el plateado de la vida, acuñando en su savia el incesante y rítmico canto del agua que corría.

Un día se preanunció en el vuelo rasante de los insectos que llevaban consigo los pétalos amarillos de las flores o transportaban el polen naciente, el atroz destino. Un maullido confuso, desesperante del ave que quiere ser felino, se mezclaba con el cantar de la cascada. Los verdes que la embriagaban y el reflejo del sol bajando por el horizonte serrano dejó lugar a una luna amenazante que daba sus primeros pasos en el frescor de la tarde, enlutaba el brillo caprichosamente, infinitamente celeste del cielo límpido.

 

La redondez horadada en la piedra por la furia arrasadora del canal, cual el mundo, soportaba los embates del hombre. ¿Dónde paran sus aguas aleteando, dónde dejan de existir para convertirse en evaporación, en ausencia? 

Qillqa en sus disgregaciones infinitas sale al encuentro de la natura, fuente de toda verdad, como un paseante anonadado de toda verba, sobrándole las fuerzas para describir la belleza subyugante de la madre tierra, deja fluir su alma, surtiendo de ideas a la emoción. Brota de sus entrañas el llanto reprimido y las palabras vanas. Desea que la tarde se haga voz para encontrar el canto que acompañe su ritmo, dulce frescor del ocaso y encuentre el amor.

Se agolpan los hombres, cual insectos chupasangre, buscando el fluido, el calor, la energía de la vida para existir y tal vez pretendan determinar el destino de Qillqa, la pérdida de ese tiempo remoto.  La Pachamama escucha sus ruegos y de repente ve surgir un dorado que emerge tras la corriente, de la mano de su amado.   Desea ella, por una sola vez, que los colores fluyan hacia aquel lugar donde evaporan los refrescos manantiales de la mañana, donde pueda dejar la soledad de su alma que no encuentra el camino a la felicidad.

Lo miró con un desliz y ñuñu, el pecho de la tierra, alojado en su corazón, se entregó al joven ofreciendo su fruto desinteresadamente. Tal oferta magnánima, dulce concentración de las delicias y placeres de los hombres embargó de pasión al joven. Es el hambre de trascender que la encuentra día a día intentando asirse de pequeños desvíos del mundo para acercarte a un más allá que la ubique más cerca de la humanidad.

¿Será tal vez la poesía aquella responsable de mirar con otros ojos el sentir? 

Al enterarse el jefe de los Omaguacas de tal descubrimiento subrepticio, salió de las profundidades del lecho donde estaba agazapado, buscando las microscópicas sustancias que le provee la riqueza de la tierra, para enfrentarse al mundo encantado de los amantes, de soledades de piedras negras, chillar de cigarras molestas, piar de nuevos amaneceres y cantos incesantes.

¡Grotesco monstruo del río, sales disparado con tu corpachón negruzco, confundido entre las piedras, rastreas el fondo que has transitado miles de veces esperando cerrar aquellas nuevas celosías de otros mundos!

 ¿Será tal vez que ella se muestra recordándole la simpleza de las cosas vivas, el transir de la vida y el florecer de lo árido?  ¿Será tal vez que en su pequeño gesto demuestra que detrás de tanto yuyo insulso, detrás de las espinas lastimosas del bosque, oculto a la mirada del ingrato, se entrega la dulce morada solo a aquellos dispuestos a sacrificar su sangre por la Pacha?

El joven cacique apartó su mano de los glúteos de la doncella e instantáneamente el mundo cedió bajo los pies. Fue el amor incondicional de Qillqa, la flor de la serranía quien orgullosa se desplegó entre los macizos grises afanosa del amor, recelosa de su intimidad de poesía y soledad.

 ¿Podrán sus perfumes esconder la melancólica ensoñación de estos días?  ¿Podrá el cantarín curso que te acaricia silenciar los desgarradores llantos mudos de mi alma? ¿Será tal vez en la altura de tus bosques donde se oculta la razón y la sospecha?  ¿Es el algarrobo añejo el depósito de la savia ancestral de los orígenes olvidados?

Ella lo dejó paciente, solitario y en quietud, a la espera indecisa de la lujuria deseoso del encanto y sometido vértigo de los tiempos insensibles. Qillqa necesitaba tiempo para vivir y sentir como los huesos se desperezan al contacto con el aire, cómo la vista da lugar a la mirada y deja transitar la ensoñación, cómo la respiración se abre y el aire enriquecido del verde ingresa en la sangre sórdida. Tiempo para ver crecer y desarrollar la madreselva perfumada del jardín allí donde las tardes habilitan el pensamiento. Tiempo para la palabra y el amor.

¿Por qué su crono insatisfecho no conforma con el espacio la dimensión cósmica del más allá deseado? ¿Por qué al encontrarse se pierden en los deseos?

¿Qué imágenes perciben en las alturas, donde sus pequeños placeres de superioridad se encuentran con la fascinación del cielo, dónde los pájaros se cuentan ínfimas anécdotas de emociones perdidas?

Encontrándose en ese estado, deliberadamente abstraída, el lugar virgen de su mirada acusadora de los tiempos reclamaba ¡Vida!

Entregados al amor, perseguidos por sus padres, la Pachamama les entregó la unión en la belleza y la parsimonia de la estancia, el tiempo.

-Qillqa te debo el alma, siento que la pobreza de mi corta pericia para la entrega dejó truncado tu pobre corazón lleno de ansias. El tiempo se asoma esta mañana aquí donde el reloj de sol marca la alegría necesaria. Dejo de existir cuando siento el rechazo o tu determinación de una necesaria autonomía y preservación de mí. De lo mío que es mi cuerpo y mi espacio.

 

-Aquí estoy, sola, frente a la escritura y la tormenta. Con el intenso calor de las tardes, deseosa de que te despiertes para que con una mirada amorosa yo deje de sufrir

¿Si no existieran estos pequeños desapegos cómo podría reconocer el instante en que vuelves a mi enamorado, a la entrega que nos debemos para reconciliarnos en el beso, en la unión de los cuerpos, en la concepción de la unidad?

 

Los amantes sabían que no tenían escapatoria.  El padre de Qillqa los perseguiría.  Debían concentrar las energías en perder, dejar las ganancias para el pederasta de la vida que imprimió de silencio el desgarro de la infancia. Las ganancias perdidas del idiota que no ha encontrado la resolana de la tarde, la paz del ocaso, que realmente se ha perdido en el afán especulativo. La unión se hizo carne de cardón, él protección ante la amenaza, ella la “flor de los amantes”, el anuncio de la buenaventura y la dicha.

Insospechada carencia narcótica: ¿dejaste tus efluvios de elixires tras la marea del rocío? ¿Es tu despliegue una demostración de pureza escéptica? ¿Dónde concentró el sol sus aromas infundidos si ahora yaciente te entregas sin sufrir?
La profusión florida esconde el secreto de los aceites embriagadores de la juventud y en sus ramas, venas cargadas de la sangre de los mortales fluye la savia de la vida y transforma el sufrimiento en dulce néctar de los dioses originarios.

La natura prodigiosa se esmera en conmovernos, nos ve al pasar inconclusos y se esfuerza en dar completud a nuestra miseria existencial y a esta necesidad constante de tragedia, este afán fatídico. En el renacer anual la esperanza acontece y parecería que el gris del tiempo instala Alegría.

-Las flores de tu amor han muerto bajo la mata creciente de la vida, pero un día los colores tomaron forma y tu luz se hizo espacio en la oscuridad y yo volví a brotar efímera bajo la luz del Sol.

Primavera subjetificada frente al frío quebradizo que desgaja las semillas volátiles del alma, las hojas tristes de venideros inviernos ventosos.... viento frío de tu voz haciendo eco en las flores, en el húmedo receso tú te piensas joven cacique, y yo me pienso en el solitario encuentro de los besos fríos, traicioneros, deshojados en la cinta torrentosa del invierno, descoloridos de ensueño fresco, fluctuados de tristes colores, raídos suaves, eternos soterrados y lejos. Primorosa primavera de mi alma prima sola, prima estrecha prima esta principela de los goznes acechados los colores de tu terra que se esmera dadle vida, luz y fuerza.

Tras estas profusas palabras Pachamama proveyó los retoños de un día, aparecieron los frutos, la natividad irrenunciable, se hizo presente en la más concreta y efímera manifestación del ser: la flor de cactus.

Desde las entrañas del conurbano bonaerense implorantes reclaman elevando sus ruegos a un futuro cargado de incertidumbres. Sangre matancera que revive la cultura de la Aguada con la presencia de Qillqa, resiste y se hace fuerte la poesía, marca la diferencia, florece ante los embates; sin nutriente alguno ni asistencia externa, sin mendigar siquiera, aquel heroico amor,  el hermoso estandarte de un pueblo que busca la palabra.

Dijo la crítica: 

Etapa #1

Jurado 1: Una trama con profunda narrativa, que pinta con su narrativa un escenario con todos sus detalles, atravesado por una historia que conmueve, que da voz a lo inmutable, que interpela e invita a imaginar. El recurso digital, los hipervínculos a imágenes no logran integrarse con la historia, más bien generan una interrupción en la experiencia de lectura.


Jurado 2: Se nota que hay entusiasmo y esmero en la escritura y en la selección de imágenes y música. Sin embargo, se sugiere darle más voz a los personajes para que el relato adquiera más ritmo. También se detiene con la cantidad de adjetivos.

 

 

jueves, 8 de octubre de 2020

"Viaje al Uritorco"

 



Viaje al Uritorco
                                              “El Uturunco mostraba sus dientes afilados y rugía…”

Como ciertamente el hombre no está solo con su alma, aunque esto sea todo lo
que desea; cuando se pone a andar, en tiempo vacacional, lo acompaña una comitiva de
secuaces del consumo, prestos a su desgracia. Avanzabas por los campos
comechingones locuaz y divertido, haciendo gala de las resoluciones más ingeniosas y
las anécdotas llenas de floridos remates, contadas una y mil veces. Sospechaste el fatal
reviente inesperado y te largaste de la cinta asfáltica, súbito, como el ave que esquiva su
trágica estampa contra el parabrisas. Resoplaste. Tu mirada se clavó en la mía y en el
camino que nos saludaba, en el destino al cual haríamos frente, íbamos desafiantes. El
silbar de los autos ignotos, acompañantes de ruta, se transformó en un arrasante flujo de
energía cinética, absorbente. A los pocos minutos el viaje se transformó en el camino
hacia la confirmación de lo inapelable. La llave cruz su estigma. Si hay una resolución
probable, Dios existe. Encontrar una gomería, comprar a precio de mercado, ser parte
de esa civilización sería la señal divina que alentara mis creencias. Pero no, esa señal
sería aún más telúrica, la gomería jamás apareció, pero si un desfile de supercherías de
campo infundidas por el paisaje.
Angustiado te enfrentaste a la embestida súbita. Deseoso de encontrar una salida
recorriste los caminos polvorosos evitando la autopista tras la sorpresa sopesada: la
despreciada sociedad de consumo estaba muy lejos de nuestro horizonte. El destino
había previsto un desastre mayor, aunque en tu ansiosa alma, ausente de estrategias y
cálculos, lo único que evaluaba delante de los ojos era la trivialidad de una llanta
inservible. Designios de los tiempos y la geografía que pretenciosa ponía a prueba el
alma de los huidizos amantes, simulando un contratiempo insalvable en aquellas áridas
comarcas. Desilusionado descansaste la espalda reclinado sobre el guardabarros, con la
mirada fija en el río Calabalumba que canturreaba amistoso, esperando tal vez una
ayuda insospechada. Este viaje pensado como una salvación, huir de la ciudad, la
posibilidad de romper con la familia, con el designio, parecía desencadenar el infierno
amatorio.
La voz del padre se hacía presente, su mirada fija estaba allí, lacerante. Se
aceleró el recuerdo: aquellos días en que la ausencia paternal dictaminó quién soy, quién
seré, quién podría ser. Lo que no quiero ser. Y volvió bajo la forma del amante, del que2
en su afán protector esgrimía siempre los mismos argumentos histéricos de celos. El
elixir del pensamiento, derramado sobre tus ojos, te perdía en un sueño. Agazapado,
entre las zarzamoras del cerro se escuchaba el transitar de unos pasos sigilosos. Llega
un momento en que enloqueces de amor y ya no puedes hablar de soledad, pero ella
persiste en desarmarte, persiste en confundirte, en canturrearte al oído como el río,
como un líquido vehemente horada la piedra y el alma. Persistencia intolerable, aguda
del sentir que se relame por ser dicha y disfraza las sensaciones, ampara el desencanto.
Me pareció ver unos ojos de hombre agudos, insidiosos, asomar tras los yuyos, los
mismos que había dejado atrás, aquellos que había intentado olvidar para subirte al viaje
victorioso del deseo, del amor trascendental.
Hablar con uno mismo, en un mar de confusos pensamientos mientras la espera
de un auxilio se hace insoportable, mientras se iban mezclando ideas suicidas, hastío y
aburrimiento, ver pasar los chingolos rasantes, recordar las noches en que mientras
giraban los cubos de hielo del vino, el lavado de la ropa diaria daba mareos y vos dabas
vueltas rabioso, vengativo, sospechando algún amante, desafiando a la familia.
Desencadenado el pensamiento del deseo buscó sola el desamparo de la piel, se
resquebrajaron sus entrañas y el alma dibujó el encuentro con un infierno destinado.
- ¿Vos no querías hacer este viaje no?
Ella misma preanuncia la respuesta fatídica, intenta burlar la dicha. Decir que
no, renunciar y ejercer la pequeña traición, la traición empobrecida de los míseros que
se priorizan para ser menos, que dejan atrás la oportunidad del amor para cargarla al
destino y trasgreden el esfuerzo buscando la frustración. Se autocompadece intentando
justificar la felicidad irresoluta de los débiles. Ser débil y asomarse al consuelo
desmedido del padre, para transmitir la sorpresa de lo inconcebible. Arrumbar el
destino preconcebido y decir no a la unión de los amantes.
-No. La verdad que parece que el Universo ha complotado en nuestra contra.
Decir no al deseo para confirmar el infortunio, aceptar el destino de la tradición.
Aceptar esos ojos que se asoman tras la peperina para impedir la huida de los amantes,
para predestinar el encuentro eterno, allí tras el espinillo, la muerte. La muerte en la
unión eterna bajo la mirada de esos ojos acechantes, proféticos.3
Saltar el abismo de insatisfacción para descubrir que allí se encuentra el deseo de
lo que no sabía. Tan simple como ser: ver el verde, los pájaros, el refrescante viento de
una tarde de verano, mirar al más allá, el horizonte, el celeste azul del cielo, tu mirada
ausente que me dice que disfrute: ¡Disfrutar del momento!, cliché inmediato. ¡Disfrutar
de la vida!, cliché absoluto. Disfrutar de tenerte lejano, ausente y aquí presente para
darme la posibilidad de encontrarte y encontrarme.
Solipsismo: No hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, que el dolor de
amanecer y saber que ya no estás, que tus olores cuando se perdieron esfumados en
recuerdos de angustias imborrables. Todo lo que en esta vida tenía solución quedó
innombrable detrás del insulto de la letanía. ¡Sentidos exacerbados permitidme
encontrarme en este ritual de soledad para ser el río de deseos insatisfechos en tu
entraña, en tu tierra que me cobija y me contiene!
La mente bajó sin mirar, mi mente quiere quedarse en la desgracia y ese par de
ojos que no habían dejado de observarnos. Mientras yo me perdía en devaneos, vos
intentabas ocultar el desamparo del amor. La bestia se abalanzó y fuimos uno en la
tierra, vos entraña, yo fluido que se escapa.

"Siempre mujeres" Treinta mil veces literatura. "Elogio a la imperfección" "Desamparo" "Remolcador de sueños"


 


https://www.calameo.com/read/0063711344


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Revista 30.000 veces literatura

Elogio a la imperfección.

 Desconocer el camino, dudar de los destinos, arbitrar libertades, no ver los desatinos. Te quiero así imperfecta e ilusa, creyendo que sobre tus ciernes se debate el destino. Arriesgando en cada esfera un pedazo de tu sueño, de tu vida, de tu dueño. Te quiero absorta en tus juegos cotidianos, de luchar contra la vida, aunque el vicio de los días tan tranquilos no de prisa. Te quiero, idealista de fracaso conquistando: fantasías de logro, abstraídas, realidades construidas. Espero ciego de ilusiones que en el paso de los días, derrotero de esperanza de un laúd, tú transitas: por los días, por las noches de desvelo, por el peso de misiones concluidas; por jornadas venideras y acciones que aquí mismo se iluminan; por mañanas evaluativas y lo que espera del día... por la mirada de aquellos y las pasiones del día; por tu sonrisa tan plena y tu lectura tan mía, por locuras antedichas, por lo dicho aún callado, por este Sol que me ilumina...

                                                            Desamparo

Un día tuve un padre.

Este desapareció tras el celo del amante.

Otros padres sucedieron

y en el tránsito de la orfandad perecieron.

El poeta, el artesano, el obrero…

busca infructuosa el desamparo de los ciegos,

los inútiles, los que no tiene remedio.

Soledad de origen triste,

identidad de suelo virgen,

riqueza de sueños pobres

densidad de sueños tristes

y tu voz lejana ausente

que me dice cómo son los tiempos, cómo pensar el mañana,

cómo vivir lo que es nuestro...

Y sin tu voz, faro siniestro

es el mundo que ha quedado incierto, desnudo de voces,

carente de cielo, oscuro destino, sombrío desierto.

Inimaginable certeza de verse despierto, ausente te espero.

Seguridad ajena de encontrarte:

siempre, que me dieras la seña

de los días claros, de las voces nuevas

de comenzar un futuro por vías ajenas…

De encontrar el pasado en rutas certeras

de encontrarte a mi lado…

Alentando caminos, desechando recuerdos,

renovando los sueños... ¡Te dejo!

                                    

 

             Remolcador de sueños

 

Gracias por la alegría,

por el encanto del encuentro día a día,

por las palabras que ya no son necesarias ser dichas,

por el momento mágico de la vida.

Gracias por la enseñanza,

por las mañanas de lecturas y debates.

En desencuentros y miradas atónitas

se construyó la realidad frente al embate.

Gracias por el silencio del aprendizaje inesperado,

sopesado en desafío.

Frente al conocimiento de la exigencia

descubrimiento y sorpresa anhelante.

Gracias por la paciencia

madre sabía de los años transitados

con el magma de sus fuerzas alocadas.

de caminos trillados, resecos y abonados

Gracias por el arte que despliegan sus paredes

por el mate estimulante de las mañanas,

por tu oreja siempre presta

a banales trivialidades.

Por tu alma que cobija

crecimiento y desencanto.

¡Sueños alcanzados!

Remolca mi alma energía y karma

en estos días laxos tus risas agolpadas,

la enseñanza es el encanto

de aprender gritos desahogados,

alegrías pernoctadas, preocupantes,

fútiles, lamentos ajenos

de los que no han transitado:

el espíritu educado.

Dedicado a la “Escuela Primaria 110. Remolcador ARA Guaraní”, González Catán, Pcia. Bs. As.